Según Heidegger, la gran pregunta filosófica es: ¿Por qué existe el ser en vez de la nada? Y tiene razón, me temo. Pero hoy precisamente, Lutxo, siendo un lunes tan gris, siendo, de hecho, el Blue Monday, es decir, el día más deprimente del año por excelencia, no me veo a mí mismo con las fuerzas precisas como para afrontar en serio esa enorme cuestión. De modo que prefiero, si no te importa, viejo y reseco endriago de los páramos, filosofar acerca de la existencia de Trump. Sin más. Yo, en mi casa, cuando estamos solos, Ixa y yo, le suelo llamar el pato Donald. ¿No te recuerda al pato Donald?, le digo a Ixa.
Es sobre todo por cómo saca los labios hacia afuera cuando posa para las fotos, alzando el maxilar, con cara de Mussolini, ¿te has fijado? Ese morro que pone me recuerda mucho al pico del pato Donald, lo siento, no lo puedo evitar. Lo vi una primera vez, no sé qué diablos habría tomado aquel día, y a partir de entonces ya no puedo dejar de verlo, Lutxo, viejo amigo, le digo, hay que ver cómo funciona la mente, menudo mecanismo. Y me suelta: Pues yo a Elon le llamo el puto Musk. Lo sé, a veces es gracioso sin pretenderlo. En casa y en la calle, añade a continuación alzando el índice.
En fin, confío en que no les llegue a ninguno de esos dos superjefazos, esta humilde columna provinciana de carácter festivo, claro. No obstante, ya sabíamos que esto iba a pasar, creo, ¿no? Lo sabíamos desde hace tiempo. Lo olfateábamos. Lo veíamos venir. Y también veíamos una cosa más: veíamos que era imparable. Esa es la cuestión inquietante, en realidad. Y lo imparable ya está aquí. Y ahora, ¿qué?, dice Lucho, con deliberado acento de la zona media. Intriga y suspense, le contesto yo. Y dice: Podría ser peor. Y le digo: Pero la humanidad se va a pique, Lutxo. Y me suelta: Esperemos que sea para bien.