Ya ha pasado más de una semana desde que Trump llegara a la Casa Blanca con el bolígrafo incandescente para firmar decenas de decretos a cada cual más polémico pero a día de hoy no hay grandes avances reales acerca de uno de los dos conflictos principales que asola el mundo y del que nadie sabe la cifra oficial de fallecidos y heridos, ese del que en febrero se van a cumplir 3 años y que enfrenta a Rusia y Ucrania tras la invasión de la primera sobre la segunda.
Antes de convertirse en presidente, con su habitual fanfarronería, Trump avisaba de que sería capaz de acabar la guerra en un día, la clásica botaratada que ni siquiera obtenía eco en una Rusia que, supuestamente, sería más afín a Rusia que su predecesor Biden.
Sí que eran más a destacar las palabras de Trump cuando hacía referencia a que comprendía que Rusia no quisiese tener misiles de la OTAN en sus fronteras –habría que ver la reacción de Estados Unidos si Rusia o China pusiesen misiles en México o Canadá, algo que lógicamente no va a ocurrir, por ahora–, lo que a ojos de muchos lo convertía en una marioneta de Putin. El caso es que, a día de hoy, no se conoce que haya existido comunicación alguna entre el del pelo naranja y Putin, ni se han anunciado cambios de política económica o militar de Estados Unidos hacia Ucrania.
Lógicamente, cambios tendrá que haberlos, en la medida en que son equipos diferentes, con líderes diferentes y, se supone, visiones geopolíticas diferentes. En otra de sus habituales peroratas, Trump afirmó que la guerra no hubiese comenzado en febrero del 22 si él hubiese estado en el poder, pero lo único cierto es que la masacre continúa y que cada día que pasa mueren ucranianos y rusos, militares y civiles, mientras el mundo no sabe quién va a dar el paso o los pasos necesarios para detener esta situación que vista desde fuera no beneficia a absolutamente nadie.