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Karla Sofía Gascón, de odio en odio

Aún reconociendo la responsabilidad que tiene una actriz y el racismo de sus tuits, el linchamiento posterior de esta mujer trans me resulta más atroz

Karla Sofía Gascón, de odio en odioJavier Etxezarreta

Se le conoce por ser transexual pero ella lo explica de otro modo: “Soy una mujer y me gustan las mujeres”. Así es como se define en el plano más íntimo Karla Sofía Gascón, la polémica actriz que da vida a un narcotraficante mejicano que transita a mujer en la película Emilia Pérez. Es la primera actriz trans nominada a un Óscar que todas y todos sabemos que no va a ganar. No he hecho mucho caso a las críticas que ha recibido el director francés Jacques Audiard, la película me ha gustado mucho –en especial la interpretación de la abogada Rita (Zoe Saldaña)–, pero también el doble papelón que encarna Karla, tanto o más en esa primera etapa como hombre que trata de rehacer su vida conforme a lo que siente (apodado Manitas del Monte), que como la solidaria tía Emilia en la que se convierte. Su vida es tan de película como sus series y rodajes. Una actriz de 52 años que continúa con la mujer con la que se casó a los 19 años (entonces era Carlos Gascón) y con la que comparte una hija de trece años. Ambas además le han apoyado en su carrera y en su transición de género. No fue hasta el 2018, después de triunfar en México, una vez empoderada, cuando decidió alterar su cuerpo a través de hormonas y cirugías. La película tiene más que paralelismos con su vida. Hoy, Karla y su pareja son dos madres que tratan de educar a una adolescente como persona, reconoce quien tenía claro desde los cuatro años lo que era.

Creo en la libertad de expresión y aún reconociendo que sus antiguos tuits tienen componentes racistas, islamófobos y homófobos, que son reprobables y denunciables, el linchamiento posterior al que se ha sometido me resulta más atroz. Tendrá como actriz y personaje público una responsabilidad a la hora de defender valores como los derechos humanos y es cierto que sus disculpas no han sido demasiado creíbles. Pero la reacción sobrevenida refleja la hipocresía de esta sociedad, y en especial de la industria del cine, por la forma silenciosa en la que ha apartado a esta mujer de su promoción. Los productores decidieron que no fuera a los Goya y Netflix la ha vetado en su camino a los Óscar. Un Hollywood que sí ha dado premios a personas que han asumido agresiones sexuales como Polansky.

Querer apartarla como una apestada por parte de quienes torcían el morro cuando la miraban y querían seguir viendo a un hombre –al margen de que esa voz siga teniendo un pasado– demuestra el doble rasero que tiene esta sociedad. Una cacería que habría que ver si realmente tiene que ver con las opiniones, como si las personas no tuvieran derecho a evolucionar, o a no hacerlo, a arrastrar o no odios de colectivos que culturalmente o por su religión han sido especialmente beligerantes con la homosexualidad y la diversidad de género, o en realidad tiene que ver con la transfobia y la discriminación hacia una parte del universo LGTBI. Una actriz puede equivocarse. Es humana. Puede representar los valores de la tolerancia y el respeto en un ámbito, y carecerlos en otro. Lo que sí es real es que Estados Unidos acaba de vetar a personas trans en el Ejército. O que haya países donde se castiga las relaciones entre personas del mismo sexo y donde el burka invisibiliza a las mujeres.