No es la primera vez. Ha habido otras y, con frecuencia, he tenido que abandonar la idea, de manera temporal; me embrutecía, el corazón mandaba sobre la cabeza y ello me resulta difícil de asumir. No estoy en contra del sentimiento, pero la racionalidad entiendo que debe primar sobre los instintos, al menos sobre los instintos más viscerales.

Llevamos meses, incluso años, en que la guerra a veces declarada y con frecuencia casi como intangible, al menos para los medios de comunicación, no tiene fin. En este interregno, particularmente en los últimos meses, ha habido un agravamiento que ha supuesto un replanteamiento de la conciencia ciudadana europea y mundial, que no de la conciencia de los estados y sus dirigentes políticos, para quienes el tiempo se mide en caracoladas y las soluciones en documentos exclusivamente administrativos.

La sociedad israelí es una sociedad conjuntada, conformando una unidad de acción. Tanto el Gobierno de Netanyahu como los militares y la sociedad civil tienen los mismos estándares ideológicos, la misma naturaleza deshumanizadora y el mismo espíritu de arrogancia, actuando al unísono. Es posible que el prófugo Netanyahu actúe con violencia ante las acusaciones de corrupción y su más que posible enjuiciamiento, pero la triada le sigue e incluso le estimula en su metodología. Los resultados de las elecciones en el país atestiguan y lo confirman, complementado con el 82% de la sociedad israelita está de acuerdo con la expulsión de los palestinos de Gaza (Universidad de Pensilvania). El colapso moral colectivo del sionismo violento y mesiánico del Gran Israel lo hace asimilable a los camisas pardas alemanas de los 30, exterminadores de todo cuanto se oponga al milenarismo.

Los virtuosos militares israelitas gozan del favor divino. Tienen tanques, aviones y bombas nucleares que masacran a una sociedad palestina de familias civiles hambrientas, sedientas, enfermas; bombardean hospitales (prohibido por Convención de Ginebra 1949), escuelas, panaderías, viviendas y edificios de organismos internacionales, una autentica carnicería medieval. Son tan puntillosos que lo hacen una y cien veces, bombardeando lo ya bombardeado, destruyendo lo ya destruido, jaleados por el gobierno y la sociedad civil. El resultado, por el momento, decenas de miles de muertos contabilizados, decenas de miles de muertos sin contabilizar enterrados en los escombros, cientos de miles de heridos, mayoritariamente niños, y toda una sociedad mentalmente traumatizada. Los francotiradores israelitas viven su Edén particular. Para Cisjordania, auténtico patrón oro del sionismo, la tendencia es copia de Gaza, pero con ayuda de colonos envilecidos y envalentonados, psicópatas en muchos casos y jaleados cual gallos de pelea por miembros del gobierno de Netanyahu. Han logrado humanizar el odio y deshumanizar la compasión.

Estos militares coleccionistas de experiencias demoniacas son fieles continuadores del paradigma de la jerarquía hitleriana cuando afirma que un muerto es un asesinato y miles de muertos son pura estadística. Y no actúan movidos por la obediencia debida a la jerarquía, sino por una comunión entre los componentes de la triada. Sobrevivir en Palestina no es un privilegio sino la antesala del asesinato; los males del alma conforman el día a día de una población traumatizada, necesitada de apoyo psicológico (UNICEF).

Su objetivo es todo lo que se mueve, no hacen distinciones y actúan con equidad pero con especial predilección hacia niños y periodistas; se libran los diplomáticos europeos, cuestión de tiempo. Nunca han tenido reparos; en el año 2010 los militares israelitas atacaron diplomáticos civiles que conformaban la denominada Flota de la Libertad en aguas internacionales. La conformaban personas de 37 países, entre ellos un superviviente del Holocausto: resultado de 10 muertos, varios desaparecidos y decenas de activistas heridos. Lo actual no es nada nuevo bajo el sol, excepto la arrogancia que da el derecho de pernada

Uso de nuevo lenguaje, neolengua, con la idea de pervertir y deslegitimar las críticas. Así, el genocidio contra la minoría blanca afrikáner alegada por Trump, o el uso del vocablo la Franja para denominar a Gaza/Palestina, tienen un mismo denominador común: ningunear el sufrimiento palestino. Los críticos con la barbarie israelí son acusados de antisemitas y deslegitimados (Fundación Heritage); el resultado final de términos como genocidio o crímenes de guerra será el mismo que sucede con otros excesos verbales: pierden su fuerza como denominador conceptual. Los palestinos no son personas sino bestias con forma humana; su deshumanización bendice su asesinato.

Israel ha ninguneado y despreciado las relaciones internacionales y la justicia internacional. La ONU ha sido vilipendiada y su representación en Israel bombardeada por enésima vez. La Corte Penal Internacional (CPI), con sus declaraciones y resoluciones en contra de Netanyahu (y otros), ordenando su detención acusado de crímenes de guerra y genocidio, han sido desoídas y censuradas, convirtiéndole en prófugo de la justicia. Algunos países europeos reaccionan poniendo en duda la existencia de un genocidio y otros reaccionan señalando que no van a cumplir las órdenes de CPI a pesar que son de obligado cumplimiento. Alemania, país que aportó a Israel por reparaciones incluso el 90% de sus ingresos, está paralizada por su pasado nazi y se niega a cumplir los mandatos de detención de Netanyahu, bloqueando toda iniciativa pro paz de la UE. Justo es decir que el Gobierno de España hace esfuerzos por levantar la voz en defensa de los derechos humanos en la región. En el plano interno, Cataluña cierra su oficina en Israel con la réplica del garbanzo Puigdemont que califica tal decisión de “grave error”.

Los problemas podemos simplificar sin faltar a la verdad o complejizar creando comisiones de estudio que nada aportan. Declaraciones como que “Gaza es el lugar más hambriento del mundo” (ONU) con medio millón de personas en peligro de fallecer por inanición o Israel está cometiendo crímenes de guerra (Haaretz-Ehud Olmert exprimer ministro) o Israel se ha convertido en un Estado paria (Yair Golan) o que Gaza tiene el mayor número de niños amputados per cápita del mundo. Organizaciones con carisma y renombre internacional señalan que la matanza masiva y la limpieza étnica constituyen un acto de genocidio en virtud del Artículo II de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948. Contra ello se sitúa la verborrea y cháchara de varios países que conforman la UE negándose incluso a definir a Israel como estado genocida con la clara excepción de España e Irlanda (entre otros). La contundencia debe estar a la altura de la barbarie, porque el silencio también mata.

La UE es su mayor socio comercial (32% del total) de Israel. Manifestar la indignación ya no es suficiente. El boicot comercial acompañado de medidas de desinversión, demostró su eficacia en Sudáfrica y seguro demostrará su eficacia en Israel. No hay otra manera humana de dignificar los liderazgos europeos.

El sionismo es enemigo de la tradición judía que enfatiza la justicia, la bondad y el derecho a la vida. Nada nos resulta más familiar y comprensible que la venganza, de unos y otros. La pregunta es si será el agotamiento lo que pondrá fin a la barbarie y al odio, si mandará el corazón o se impondrá la cabeza. La guerra terminará, ojala, pero los psicópatas morirán en la cama.