El cine americano no quiere hablar de Trump. Prefiere mirar para otro lado. En su gran noche esquivó la política y no quiso pronunciarse sobre el segundo mandato de Donald Trump. Optó por colocarse del lado de la irrealidad y desfilar deslumbrado por la alfombra roja en lugar de mirar de frente para ver en que se está convirtiendo América y hasta dónde quienes callan son cómplices de lo que hay con su silencio. El cine no tiene por qué ser un altavoz de lo que pasa, pero está muy bien que lo sea, en Hollywood y aquí, porque su voz llega allí donde otras nunca sonarán. Y por eso se espera de ellos algo más que agradecimientos familiares tras recibir el galardón. En la semana de los Oscar, EEUU parece más que nunca un plató de cine gigante, como si lo que pasa a diario fuera un guión y no política pura y dura, con un protagonista estelar, un tipo con una interpretación que sería perfecta en pantalla, como uno de esos personajes odiosos, pero que resulta peligrosa y dañina en la vida real. Cada aparición de Trump es como un capítulo de una serie, y va a más. Atónitos todavía tras su vídeo con los suyos paseando como turistas lanzando dólares por una Gaza recreada con IA, hace unos días asistimos en directo a un insólito des-encuentro entre dos líderes, en el que el americano humilló a Zelenski hablando de la guerra como si fuera un juego de mesa. Ahora vuelve con sus aranceles a México y Canadá, antes fue su amenaza de hacerse con Groenlandia. Vendrán muchas más. Seguro. Y cada una será peor que la anterior. Pero Hollywood está callado. Cuando hay dinero de por medio el cine americano lo tiene claro. Curioso silencio. Habrá que tenerlo en cuenta a la hora de ir al cine y elegir qué ver.
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