Jaime Ignacio del Burgo, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, la Real Academia de la Historia y autor de numerosas publicaciones sobre el pasado de Navarra, acaba de afirmar y reafirmar que ésta nunca ha sido Nafarroa. Que eso es un invento de los años setenta de la Academia de la Lengua Vasca (sic), dicho así, sin Real, pues según parece la eusquérica es más del tipo recuperaciones de verano. Por tanto, concluye, Navarra bai, Nafarroa ez. Al menos no adjudica ninguna paternidad fantasmagórica a las partículas bai y ez. Todo se andará.
Es una pena que, por encima de ese extenso currículum y por debajo del sentido común, venda su desvarío partidista. Porque cabe criticar cualquier política, también la lingüística, sin caer en el despropósito. Es más: mejor evitar el desbarre porque sólo se logra que nos fijemos en el dedo y no en la luna. Y así, en vez de exponer argumentos sobre el presente y futuro de la lengua, perdemos el tiempo rebatiendo fatuidades. ¿De verdad piensa que el término Nafarroa es más joven que el cubo de Rubik y el Eres tú de Mocedades? ¿En serio cree que los Encuentros de Pamplona del 72 se adelantaron al hallazgo toponímico de Nafarroa?
De igual forma que la convivencia requiere de un mínimo consenso cívico, el debate cultural necesita unos cimientos compartidos. Nadie pide que acordemos memorias, diagnósticos ni deseos, pero sería recomendable coincidir en que dos y dos son cuatro. De lo contrario pasa lo que pasa: que lejos de enriquecernos con legítimas discrepancias, regresamos cabreados a la trinchera. Y así nos va.