Pues se repite la historia, da igual cuándo se lea esto. Porque la carrera parece que tuvo algo más de emoción, pero empiezo a pensar que es impostada. La sensación es que Marc gana como quiere, como no podía ser menos si juntamos al mejor piloto en la mejor forma con la mejor moto. Punto final. Algo gordo y trágico tiene que pasar para que no continúe así. Habrá carreras más complicadas, seguro, pero el final, parece escrito.

Yo entiendo la algarabía general celebrando esta nueva era exitosa de Marc. Pero también me pregunto: ¿qué es lo que queremos los aficionados? Porque esto no es fútbol, donde tú quieres que gane Osasuna aunque sea 1-0 y con 90 minutos soporíferos. Yo quiero ver buenas carreras, adelantamientos al límite, peleas a mala cara con codos fuera, variedad de ganadores y marcas, independientemente de los colores de los carenados y de las banderas. Sinceramente, a mí no me divierten monólogos ducatistas, con Marc o con cualquiera. Y probablemente para el negocio sea bueno así, por desgracia. Las audiencias lo dicen. La gente se engancha cuando ocurre esto, que gana siempre el más querido. Veremos de nuevo este año los circuitos peninsulares repletos de chavalería con merchandising 93 actualizado al rojo. Hooliganismo.

Además de que es una pena, porque resta brillo a lo demás. Se monopolizan titulares, resumenes de telediarios y conversaciones de bar y WhatsApp. Y poco se habla de otros brillos para mí tan o más interesantes. Algo sí, por pertenecer a familia, que se está hablando del salto tremendo de Alex. Probablemente el máximo perjudicado por la carga del imperio Marc. Alex ha encontrado en esta versión 24 de Ducati de un arma perfecta para su estilo, mucho más estable y noble.

Se demuestra que el salto que había entre la 23 y 24 era casi un abismo. Y pensar que si Marc no estuviera allí, probablemente él habría ganado estas dos carreras. O hablar del rendimiento de un tal Ogura, que subido a una Aprilia, en su primer año, está haciendo unos resultados de escándalo dignos del mejor homenaje. O cómo un veterano francés, sobre una Honda que ya no es tan hierro, está asomándose entre los cohetes italianos. O cómo un renacido Morbidelli, que mucho habíamos jubilado ya hace tiempo, es capaz de mantener a raya a un tal Bagnaia y volver a subirse al podio. No es quitar mérito a Marc, ni que no nos alegremos por y con él. Es abrir un poco el foco.