Parafrasendo al pescadero de ‘La que se avecina’, tengo “un mecanismo ancestral” que borra los malos recuerdos; si no todos (perderíamos de la memoria muchos acontecimientos gruesos e imprescindibles), al menos una parte de ellos. Me ocurre con la covid; el quinto aniversario de la pandemia ha traído el recuento de emociones, la repesca de datos, las quejas todavía pendientes y los avisos de cara al futuro.

El género periodístico que se apoya en las efemérides resulta muy productivo, porque ese trabajo sirve como guía y material para fechas redondas como los 10, 25, 50, 75 y 100 años. Las historias que se han contado días atrás, desde el primer caso en Navarra a la declaración del estado de alarma, son una pequeña porción ilustrativa y en algunos casos –sobre todo donde no hubo fallecidos– idealizada. De aquellos días de cuarentena solo conservo el silencio de las calles, la soledad de la carretera, la libertad con la que campaban los gatos, un disco de Incendiarios que quedó en el anonimato y las canciones de Pau Donés celebrando la vida y esperando con respeto a la muerte. Igual no es tan poca cosa… Si la covid dejó algo bueno cinco años después, son niñas como Eris, una muñeca de pelo trigueño y ojos de lámina marina. Mientras la bebé aspiraba las primeras bocanadas de aire, en un edificio anejo a la Maternidad los periodistas tomaban nota de lo que sería el inicio de la pandemia en esta tierra. Recuerden ese nombre porque dentro de 45 o 70 años, Eris será una mujer que nació el 29 de febrero de 2020 y podrá contar lo que a ella le contaron de la covid.