Desde hace cinco años vamos mirando los balcones. Observando la vida en ellos, los que tienen plantas y flores, los que parecen pequeñas terrazas, con sus mesas y sillas donde tomar algo al aire libre ... Quizás antes también, pero de otra manera. Creo que es una de las cosas que ha cambiado con la pandemia, la manera en que miramos nuestras casas y lo que esperamos de ellas.
Nunca hasta entonces, hasta hace justo cinco años, habíamos tenido que quedarnos en casa a la fuerza. Vivir en cuatro paredes, en los metros que cada uno tuviera, con o sin balcón, terraza, jardín... Pero nos quedamos en casa. Todo el mundo al mismo tiempo. Algunos solos, otros enfermos sin poder estar con nadie, la mayoría en familia. Y vivimos un tiempo nuevo, como detenido, como si esas semanas de encierro no hubieran sido reales del todo.
La pandemia nos trajo la inseguridad, el miedo, la incertidumbre, la sensación de que todo puede cambiar de golpe. Nos hizo relacionarnos de otra manera y vivir distinto durante meses, que luego fueron años. La enfermedad y su recorrido, sus olas, sus picos, las muertes, los ingresos en UCI, las PCR, los casos positivos, los negativos, los contactos estrechos, los contagios, las cifras diarias, las mascarillas...Y con ella el toque de queda, algo que nunca pensamos que viviríamos. Los pueblos aislados, los colegios cerrados, los cines, los teatros, los estadios todo vacío.
La hostelería con la persiana bajada y el teletrabajo como única opción. Y llegaron las videollamadas, esa manera de estar cerca cuando no podíamos hacerlo en persona. Y quizás, pese a la soledad, fue cuando más cerca estuvimos unos de otras, en ese tiempo de distancia obligatoria, donde cada día era normal preguntar ¿Cómo estás?
Todo llegó de golpe. Difícil de gestionar. El covid no fue solo su vertiente sanitaria, (con el sistema al máximo de lo que podía dar, hoteles convertidos en hospitales y más tarde pabellones en grandes centros de vacunación) aunque sin duda esa fue la principal y la que marcó el resto; también fue lo que socialmente supuso y cómo lo vivimos cada persona y cada generación.
Desde la frustración por no poder hacer lo de siempre, hasta la tristeza, la pena, el enfado, la rabia, el egoísmo, el negacionismo, el miedo, la ayuda, la solidaridad, la empatía, la aceptación, el agradecimiento... Emociones y sensaciones a veces opuestas que marcaron unos meses de incertidumbre y de incredulidad. No es fácil mirar para atrás y vernos de nuevo donde estábamos hace 5 años, porque duele, pero quizá sea un buen ejercicio hacerlo para ver qué camino hemos recorrido desde entonces como personas y como sociedad.
¿Somos mejores? No sé la respuesta, creo que nadie la sabe, pero sí somos diferentes. Y lo que creo también es que antes y ahora teníamos un sistema público de salud fuerte, con grandes profesionales, que debe seguir fortaleciéndose. Hace cinco años el silencio se rompía cada tarde a las ocho con los aplausos desde los balcones y ventanas. Muchas veces los miro recordando aquella emoción vivida, como si sonaran de nuevo los aplausos y la música de fondo, una emoción que todavía hoy reconforta.