La serie Adolescencia es brutal. Como las vidas de muchos adolescentes enganchados a las pantallas incandescentes que gobiernan sus vidas. Narra la historia de Jamie Miller, un chico británico de 13 años acusado de matar a una compañera de instituto. Una consecuencia extrema que desencadena un drama familiar narrado con un realismo estremecedor. A partir de aquí, esta serie, de la que todas las familias hablan, quiere llegar al núcleo duro de nuestra sociedad digitalizada e individualizada. Perforar la mente de un adolescente para encontrar las claves de la nueva subjetividad posmoderna. Esa que nos impone un yo mínimo y sin apenas autoconciencia.
Relacionadas
Adolescencia indaga más allá del crimen para cuestionar abiertamente dónde están los adultos, adónde miran, qué pintan en las vidas de ellos y ellas. O si los adultos sabemos, cómo las redes propagan y aumentan la manosfera, ese laberinto negro de sitios web y foros que ensalzan una masculinidad amenazada por su propia crisis y que descarga su ira ultraderechista contra las mujeres y el feminismo. Y se pregunta si los adolescentes se están quedando sin capacidad narrativa ante la progresiva dificultad para contarse a sí mismos. Esto sucede en una escena impresionante. Jamie es entrevistado por la psicóloga Briony y éste le increpa furioso: ¿Qué tipo de pregunta es esa? No la comprendo. ¿Por qué me haces esas preguntas? No te entiendo, responde un Jamie incapaz de comprender su propia biografía.
Adolescencia es un espejo con los vidrios empañados donde nos retratamos todos. Por acción u omisión: el espacio educativo, las normas, las metodologías, el profesorado, el uso de las tecnologías, los padres y madres, todos.
Adolescencia se debería ver en los institutos. Porque es un regalo de la ficción que muestra una realidad que ignoramos. Porque demuestra que nadie es culpable por sí solo. Véanla, pero sin que los demonios secuestren su opinión.