El sábado mientras me despertaba fui consciente de que me estaba preguntando por el origen del universo. Así fue. Identifiqué ese rescoldo de ansiedad que recordaba las angustiosas curiosidades infantiles del sí, pero, ¿antes qué? Una caja china, corté de raíz. No debió de ser suficiente, porque a mediodía se lo solté a S, que me contestó muy serio que en el principio era el big-bang, que todo el universo estaba concentrado en un puntito diminuto y bum!!!
Como hasta ahí ya había llegado, le contesté que mi intriga se dirigía a lo anterior, que según Hawking era nada. Una nada sujeta. La nada que había. ¿La nada puede existir? En mi mente cabe vacío, pero el vacío presupone espacio, luego ya no es nada. En puridad, no hay un lugar físico para la nada. ¿lo ven? Un abismo. Tengo que buscar un buen documental, no tengo la base suficiente para un buen libro. En cualquier caso, lo que hubo, fue inapelable y eso me tranquiliza. Mi curiosidad no implica posicionamiento ni acción.
El lugar de la intranquilidad para las grandes preguntas lo ha ocupado la presentación de un pequeño kit de supervivencia, una mochila donde cabrán unos cuantos millones de puntitos pre big bang. Explosivos. ¿Ha sido un arranque impulsivo? ¿Un aviso bienintencionado? ¿Un acto de propaganda? Desde luego, es necesario que la población de zonas susceptibles de padecer catástrofes posean esta información, pero tendrá que ser específica, diferente para una inundación, un terremoto o un escape químico, cercana, proporcionada por las autoridades locales, pedagógica y progresiva, acompañada de pautas de comportamiento, no sé, se me ocurre. En cuanto a la mención a los ataques, qué forma zafia de negar que existen alternativas políticas a explorar y qué buena temporada para los fabricantes de mochilas. Un kit de mierda.