Empezando por el final...
El 16 de mayo de 1958 la prensa venía calentita de noticias. Las cabeceras abrían con el riesgo de guerra civil en Francia, a causa del desastre colonial argelino y los pronunciamientos militares, y hablaban también del lanzamiento del satélite soviético Sputnik III, que se leía en términos de Guerra Fría. En clave local se comentaba muchísimo el partido que la víspera había jugado Osasuna en el campo de San Juan, nada menos que ante el Liverpool británico. Los Marañón, Glaría, Sabino, Recalde y demás habían perdido por 1-3, pero habían dejado un buen sabor de boca a la afición. Con este panorama de actualidad, la muerte del timbalero municipal Joaquín Desplán, acaecida el día anterior, pasó un tanto desapercibida y no tomaría verdadera dimensión hasta dos meses después, por San Fermín, cuando toda la ciudad le echara en falta en el Riau-Riau, en las procesiones y en las corridas de toros.
Timbalero... y algo más
Joaquín Desplán Palacios había nacido en Pamplona en 1886, y tenía por tanto 72 años en el momento de su fallecimiento. Aunque son escasísimos los datos que conocemos sobre su vida, sí que sabemos que se estrenó en el puesto de timbalero municipal en plena Guerra Civil, en 1938, cuando andaba por los 52 años, y que por tanto ocupó el cargo durante 20 años. El Pensamiento Navarro del día 6 de julio de 1958, dos meses después del fallecimiento de Desplán, reproduciría precisamente, y a modo de necrológica, una foto del timbalero. Era una imagen obtenida veinte años atrás, en 1938, el día en que Joaquín se estrenaba en el puesto, y se le ve bastante más joven, delante de la corporación y muy ufano entre los dos compañeros que, ataviados como él, portan los pesados timbales. En el momento de su muerte Joaquín residía en la calle Curia nº 23, 1º, y dejaba dos hijas ya adultas, llamadas Carmen y Resurrección, así como un nieto llamado Ignacio. Suponemos que para cuando murió ya había quedado viudo, aunque en su esquela no se menciona a su mujer ni como viva ni como fallecida. Lo que sí parece claro es que era un tipo tremendamente popular, con un estilo muy particular de hacer su trabajo, no exento de aparato y ceremonial, serio, abnegado y trabajador. Ello, unido a que su labor tenía una visibilidad muy grande, provocó que su imagen fuera creciendo y se hiciera popular, en una ciudad pequeña y donde era relativamente fácil obtener algo de celebridad. Sobre todo si tu quehacer tenía algo que ver con las fiestas de San Fermín.

El estilo de una corte imperial
Como en tantas de las cosas de Pamplona, ha sido José María Baroga (seudónimo del escritor pamplonés José María Goñi Zubillaga) quien más y mejor ha escrito sobre el personaje, y en el libro La vida íntima de Pamplona (1957-1960), nos deja un retrato del personaje perfectamente perfilado. Lo describe acompañando a la corporación municipal en traje de gala, ataviado “con su atuendo a la federica, sombrero bicorne, casaca con filetes dorados y calzones hasta la rodilla”, para concluir que parecía un personaje sacado de las aventuras de Dick Turpin, el bandolero inglés del siglo XVIII. Asegura el escritor que Desplán no sabía de solfeo ni era capaz de leer una partitura. A pesar de ello, y dotado de un instinto especial para la música, aprendió a tocar la guitarra, formó parte de algunas txarangas sanfermineras, y desarrolló un estilo ceremonioso de tocar los timbales, que Baroga describe así: “Joaquín Desplán redobla y vuelve a redoblar. Bruscamente se detiene con las baquetas en el aire; los clarines repiten sus bramidos... un último redoble y dos golpes secos, definitivos, marcando la entrada a La Pamplonesa. Los gigantes van alzándose perezosamente...”, para terminar diciendo que era un timbalero digno de una corte imperial.
Quien estas líneas escribe ha tenido el inmenso privilegio de haber conocido desde dentro el ceremonial del Cuerpo de Ciudad pamplonés, por sus años como miembro de la corporación municipal. Y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que pocas situaciones pueden igualar en orgullo cívico a la de, tras descender por la escalera noble del ayuntamiento y llegar al zaguán, ver desde dentro la plaza consistorial abarrotada de gente, y oír en ese momento los sones de clarines y timbales anunciando que la corporación va a salir ya. Es una sensación indescriptible para una persona que ha mamado, desde txiki, las tradiciones de esta ciudad.
Y otro tanto ocurría en celebraciones como el desaparecido Riau-Riau o en las corridas de toros. Aseguraba Baroga que la gente de Pamplona comentaba en los años 50 que Desplán había asistido a cientos de corridas, pero que realmente no había visto ninguna. Que pasaba toda la lidia vuelto hacia atrás, mirando al palco presidencial, con la palma de la mano haciendo pantalla sobre los ojos, atento a los pañuelos de colores que indicarían un cambio de suerte, un aviso, un trofeo o lo que fuera, para dar el correspondiente toque de clarín y timbales. Hoy en día el papel de estos sufridos asistentes sigue siendo fundamental, pero puedo atestiguar que no se pasan toda la corrida incómodamente girados: un espejo retrovisor, oportuna y acertadamente situado junto a ellos, permite a los músicos seguir más o menos la lidia, sin descuidar los preceptivos toques. En eso, al menos, han salido ganando nuestros esforzados timbaleros y clarineros.

Un cartel de fiestas y una leyenda urbana
He dicho al inicio que Joaquín Desplán murió en mayo, cuando en Pamplona ya está iniciada la inexorable e ilusionante cuenta atrás para San Fermín. Y existe en torno a este tema cierta leyenda urbana, que no me resisto a reproducir. El cartel de fiestas de aquel año 1958 fue realizado por Mariano Zaragüeta, un ilustrador pamplonés de cierto renombre en los años 40 y 50, y conocido especialmente por haber dado imagen a Antoñita la Fantástica, en las novelas infantiles de Borita Casas. Pues bien, el cartel realizado por Zaragüeta, de una belleza y una elegancia pocas veces igualadas, representa precisamente a un timbalero municipal, de rasgos inequívocamente indígenas, en el momento de detener sus baquetas en el aire para iniciar un redoble. La mayoría de las fotografías que nos han llegado de Joaquín Desplán nos lo presentan como una persona ya entrada en años, de estatura media tirando a bajito, delgado, con muy poco pelo y con unas gafitas redondas que prefiguraban las que una década después popularizaría John Lennon. Son imágenes obtenidas en sus últimos años de vida, cuando era ya un personaje muy popular, y cuando los fotógrafos lo “buscaban” con cierta asiduidad. Pero no es difícil pensar que una imagen rejuvenecida, y algo idealizada, de Joaquín Desplán Palacios, se acercaría mucho a la del cartel. De hecho, el propio Baroga, recogiendo el pensamiento de otras personas, cree que fue un homenaje póstumo al desaparecido timbalero.
Paradoja final
En el año 2015 el gobierno municipal de izquierdas del Ayuntamiento de Pamplona decidió cambiar la decoración del zaguán y de la escalera noble de la Casa Consistorial. Fue retirada la infumable y caricaturesca galería de reyes españoles, de una calidad artística ínfima, y en su lugar se colocaron algunos de los mejores carteles antiguos de San Fermín, entre ellos algunos que eran obra de pintores navarros de la talla de Basiano, Zubiri o Ciga. Y junto a ellos se recuperó también un cartel original de las fiestas de 1958, que hoy cuelga más o menos donde hasta entonces lucía el rostro inexpresivo y abotargado de Carlos II el Hechizado. Y he aquí por tanto que cada 8 de septiembre, cada 29 de noviembre o cada 7 de julio, cuando la corporación municipal pamplonesa sale del Salón de Recepciones para iniciar su recorrido en Cuerpo de Ciudad, llega hasta la plaza Consistorial tras descender una escalera noble presidida por un timbalero municipal, que detiene sus baquetas en el aire, de manera ceremoniosa e imperial, como le gustaba hacer a Joaquín Desplán Palacios.