La prensa ha dado cuenta del primer año de funcionamiento del Centro de Atención Integral a las Violencias Sexuales (CAIVS). Un dato llama la atención, el 55% de las mujeres que ha iniciado un proceso de intervención y recuperación lo ha hecho por violencias pasadas en la infancia y la adolescencia.

Voy a la web de la Fundación Vicki Bernadet, una referente, y leo: estudios realizados en la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá estiman que un 23-25% de las niñas y un 10-15% de los niños sufren abusos sexuales antes de los 17 años. Un 60% nunca recibirá ningún tipo de ayuda. Un 90% no dirá nada hasta la edad adulta.

Tal es su magnitud que, además del inmenso sufrimiento que conlleva, la agresión sexual en la infancia constituye un problema de salud pública.

Igual ahora que lee estos datos piensa en nombres, circunstancias, recuerda. Es posible que en su entorno haya habido agresiones sexuales en la infancia. Que las esté habiendo ahora mismo. Agresiones cometidas por gente de fiar, personas cercanas: padres, abuelos, tíos, educadores, monitores, amigos de la familia, iguales. Es muy probable que conozca a víctimas o agresores o incluso que pueda encuadrarse en uno de estos grupos.

Si las personas adultas tenemos la responsabilidad de asegurar a niñas y niños las mejores infancias, tendremos que educarlos en el conocimiento de lo que no se debe tolerar porque es dañino y para ello hablar, explicar, nombrar. En la familia y en los centros escolares. La vergüenza no es excusa y es la coartada de los agresores. Estas mujeres que han hablado décadas después de los hechos no contaron con una persona segura a quien confiarse. Pensaron que no se les iba a creer y que se les iba a culpar. La educación afectivo-sexual está en pendientes.