A veces creemos en cosas maravillosas. Incluso en auténticas fantasías. Y luego nos damos cuenta de que no tienen fundamento. O no nos damos cuenta y es mejor, tal vez. O peor, qué más da. Pero lo cierto es que no tienen ningún fundamento, esa es la cuestión. Y en el fondo, lo sabemos. Aunque sea de un modo inconsciente. Sabemos que las maravillas en las que creemos no tienen ningún fundamento. Porque nada lo tiene, claro. Pero, aún así, ahí seguimos, no obstante: aferrados con fiereza a nuestros sueños e ideales de justicia y felicidad, ¿no es eso lo realmente maravilloso, Lutxo, viejo amigo? Llevo años haciéndome esa pregunta. Pero bueno, estamos en la terraza del Torino, un día más, otro lunes, de hecho, Lutxo y yo, como siempre, y de repente, se produce el apagón. Yo había bajado un momento a los urinarios subterráneos y allí es donde me pilló el apagón. Enseguida se generaron dudas. Uno empezó a decir que se había desatado el apocalipsis cibernético ruso. El caso es que ese día comimos ensalada de circunstancias y embutido. Por lo menos, no nos hemos quedado atrapados en el ascensor, dijo Lucho. En cualquier caso, la lección que hay que aprender es que esto podría repetirse en cualquier momento, viejo gnomo. Esto o cualquier otra cosa, una dana, una pandemia. La realidad es cada día más compleja, le digo. Y me suelta que hay que comprar ya el kit de supervivencia. Así que le pregunto qué es eso y dice que no sabe, pero que unos incluyen hornillo y otros barbacoa. Que hay que elegir. Y esa es la cuestión, me temo. Si acabaremos todos comprándonos el kit de supervivencia, como en Finlandia. Que la sed de justicia alienta al ser, de acuerdo: eso ha podido decirlo hasta Heidegger. Y si no lo dijo debería haberlo dicho. Pero que cada vez se está poniendo todo más complicado, eso también. A veces me pregunto si no debería dejar ya de hacerme tantas preguntas, pero no sé qué responderme, Lutxo, le digo. Y me suelta que a él le atrae más el de la barbacoa.