He empezado a ver Hope! Estamos a tiempo, la serie sobre las respuestas al cambio climático que ya se han puesto en marcha y han demostrado eficacia y que, multiplicadas, lograrán (mejor que lograrían) revertir los augurios más pesimistas. Jane Goodall es una de las prescriptoras. La serie refleja cómo, del mismo modo que ella evidenció que chimpancés y humanos compartimos emociones y habilidades y este conocimiento hoy es indiscutible, otras científicas y científicos están incrementando el repertorio de certezas deslumbrantes sobre nuestro planeta y abren una puerta a la esperanza. He visto dos capítulos que me han conmovido.

¿Por qué? Igual se lo he contado, pero en ocasiones experimento un sentimiento que me envuelve, la sensación casi física de comprender algo grandioso e imponente, lleno de sentido y que me incluye. Esta hermosa vivencia que no puede inducirse y es escasa, se me despierta contemplando seres vivos, particularmente primates, y plantas –por lo que tengo una deuda real con Jane Goodall (al igual que con Dian Fossey o Birutė Galdikas y a partir de ahora con Toby Kiers)–. ¿Usted experimenta transcendencia sintiéndose primate o maravillándose por la actividad de los hongos subterráneos? Tal cual. Me siento parte de un todo conectado y en evolución y estas mujeres creativas y tenaces han conformado un marco para que esto sea posible, por lo que no puedo menos que expresar mi reconocimiento.

Si lo mío fueran las letras de canciones, cosa que me encantaría, escribiría una que titularía como esta columna, La coleta de Jane Goodall, esa coleta que ha permanecido inmutable a lo largo de décadas. La miro y se me ocurre que su trazo dibuja una disposición de ánimo, un recogerse el pelo para mirar mejor.

Se lo comenté a A y se había fijado exactamente en lo mismo.