La Iglesia es una institución anquilosada. Y machista. Tan exageradamente machista que relega el papel de la mujer religiosa a poco más que el desempeño de tareas de repostería con el que obtener ingresos para el mantenimiento de sus congregaciones. Y, por los siglos de los siglos, no la tiene en consideración en la toma de las decisiones trascendentales. No hay más que observar la ceremonia del cónclave exprés que ha encumbrado a Robert Prevost. Sigue siendo una reunión de señorones mayores que viven a años luz del día a día terrenal de la mayoría de los mortales.

Es obvio que la Iglesia necesita con urgencia una dosis de modernidad. Y transparencia. ¿Se imaginan que la elección del presidente de un gobierno estuviera precedida de un cónclave a puerta cerrada en el que se ocultan los debates, las votaciones y los argumentos por los que alguien es designado para el puesto? Ni más ni menos esto ocurre en la iglesia católica. Ya sabemos que el significado de cónclave es precisamente ese, bajo llave. Es decir, sin luz, ni taquígrafos. Pero no estaría de más darle una vuelta a esta manera de elegir al jefe de la Iglesia. ¿O ha de ser siempre a oscuras? ¿Y sin ofrecer explicaciones sobre sus intenciones? De repente, presenta a uno como nuevo papa y a partir de ahí toca leer entre líneas e interpretar lo que va haciendo y diciendo para tratar de escrutar sus planes. Es lo que está sucediendo desde que la tarde de este jueves este agustino estadounidense se asomó al balcón para saludar a los miles de congregados en la Plaza San Pedro. Decenas de tertulianos acaparan horas de debate en los medios audiovisuales en una frenética carrera por anticiparnos cómo va a ser su papado. En apenas día y medio hemos escuchado de todo sobre este hombre –a quien sectores ultraconservadores le acusan de haber encubierto varios casos de abusos sexuales– que auguran que estamos ante un “bergogliano moderado”.

Con este proceder, a casi nadie extraña que cada día sea mayor el distanciamiento de la Iglesia con la sociedad occidental. Una ciudadanía que vive al margen de esta doctrina, pese a que es un auténtico chollo. Promete la vida eterna y el perdón de los pecados. Una oferta irrechazable... si fuera creíble.