Un nuevo varapalo judicial y también político para la presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen. El Tribunal General de la UE ha anulado la decisión de la Comisión Europea de negar el acceso a los mensajes de sms que se intercambió con el CEO de Pfizer durante la negociación de los contratos multimillonarios para la compra de las vacunas contra la covid-19 que solicitó a través del portal de transparencia una periodista de The New York Times. Von der Leyen siempre se ha negado a hacer públicos esos contactos y negociaciones con el responsable de la compañía farmacéutica mientras negociaba en nombre de la UE esos contratos multimillonarios.

Seguramente, este fallo judicial no tendrá más consecuencias. Suele ser lo habitual en las altas instancias de la burocracia política, financiera y económica. De hecho, no es la primera vez que Von der Leyen se ve señalada en su toma de posiciones políticas en nombre de la UE en asuntos vinculadas a los intereses de las grandes corporaciones armamentísticas, farmacéuticas o mineras. Citaba en mi columna de ayer jueves a Roussau y Hobbes y quizá convenga releer también a Voltaire y su Tratado sobre la tolerancia, un duro ensayo sobre el fanatismo religioso, pero extensible al político, ideológico o económico también, en el que ya se respira la necesidad de un espíritu político común para Europa. Una idea de aquella apuesta ilustrada para cambiar el orden de las cosas que fue poco a poco sentando bases de transformación social en todo el mundo y que sirvió para que en la segunda mitad del siglo XX, tras dos guerras mundiales consecutivas, se pusieran los pilares de la actual Unión Europea y la comunidad internacional impulsará un nuevo orden global basado en la legalidad y los derechos humanos que daría lugar a la ONU, cada vez más olvidado y cuestionado.

Como esta UE, que pese a insistir en la importancia de un camino común, la realidad muestra que las instituciones europeas están cada vez más supeditadas a los avatares históricos, antes al egoísmo de reyes, ahora a la avaricia mercantilista del máximo beneficio. Y su desprestigio y desconfianza entre los ciudadanos es cada vez mayor ante la evidencia que la unanimidad de los 27 está cada vez más cerca de ser un sueño de la imaginación que un hecho objetivo posible. Basta observar desde el burladero el inútil papel y la falta de influencia de su política exterior. La dejación de su propio espíritu ante el genocidio del pueblo palestino a las mismas puertas de la UE es irrefutable. Aquellos clásicos también pensaron en una apuesta de unidad para los pueblos de Europa, pero las ensoñaciones patrióticas, los intereses partidistas, los egos políticos, los calendarios electorales, la insolidaridad de la globalización siguen, 300 años después, obstaculizando ese viaje compartido hacia otro modelo de convivencia justo y democrático. Quizá simplemente los clásicos esperaron de nosotros mucho más de lo que podíamos ofrece pese a los avances tecnológicos, científicos, médicos, sociales... Hace unos días vi unos vídeos sobre un concurso en el que un ser humano hacía el papel de perro intentando copiar lo mejor posible los gestos de un can amaestrado al recibir una orden. En fin, creo que será mejor esperar a que se calme el caos de este presente para releer a Voltaire y otros.