En la ONU no se llora mucho. Los representantes de los países llegan llorados de casa. Por eso cuando hay lágrimas son de plomo, condensan años de drama. El miércoles Riyad Mansour estalló en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Con su corbata, su traje y sus 78 años recién cumplidos se puso a llorar. Nacido en Ramallah, este diplomático palestino lleva casi la mitad de su vida ejerciendo de Observador Permanente de ‘lo que pasa’ en su territorio. ‘Lo que pasa’ en Palestina es tan brutal que su onda expansiva tendría que habernos arrasado ya a todo el planeta.

Ver la impotencia de un hombre que ha visto mucho cubriéndose los ojos mientras pregunta cómo podemos tolerar ese horror ha impactado. A veces funciona así, un gesto pesa más que décadas de atrocidad. Porque no será que no conocemos el horror del genocidio palestino. No será que no hemos visto centenares de veces un cojín, un juguete o un brazo entre las ruinas y el polvo tras un bombardeo. No será que no hemos leído y escuchado hablar de miles y miles de muertos. Madres, abuelas, jóvenes que estaban estudiando, niñas y niños, hombres y ancianos que habían trabajado toda su vida, como los nuestros, como nosotros. No conocemos ese abismo. No nos estalla una bomba por la mañana. Nuestra casa no salta por los aires. No nos mata de hambre un país que bloquea la llegada de alimentos a nuestra boca. No tenemos ni idea de ‘lo que pasa’ en el infierno palestino, nos duchamos, comemos y dormimos en nuestra cama a diario, no podemos ponernos en su lugar ni remotamente. La última bofetada de realidad ha sido una cifra, 14.000.

Los niños que pueden morir ya de hambre en la franja de Gaza por el bloqueo de Israel. Están comiendo hojas de los árboles. ‘Lo que pasa’ en Palestina es una catástrofe humanitaria, es una guerra política inhumana, retrógrada y demencial, es un abuso, un fracaso, una vergüenza y una tragedia. Envío de ayuda. Bloqueo internacional a Israel. Boicot a todos sus productos. ¿Cómo acabamos con esto?