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Recursos humanos

Maite Pérez Larumbe

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Miro el mundo y me veo mirándolo como quien arrastra un mal presentimiento y recibe el diagnóstico que lo confirma. La sensación tiene que ver más con la tristeza que con otra emoción, pero corro el riesgo de airarme y emborronarla y algo me dice que debo mantenerme en ella, en esa quietud, en esa pasividad, para que me pase, para que suceda en mí. Hago un primer intento de identificarla para desbrozarla. Es una especie de derrumbamiento. Noto la caída de los hombros. Seguro que a ustedes les pasa parecido. No es necesario nombrar los hitos que me han conducido hasta aquí. Compartiremos un número relevante, no vivimos en mundos tan diferentes. Añadirán los que no he valorado o ni siquiera he visto. Podemos crear esa lista en la que cabe todo lo que alimenta la desesperanza. Podemos no discutirla por ahora.

Apenas escrito un párrafo y cuando no son ni las diez de la mañana, hay que dar una salida al día y a la columna. Una opción sería buscar y contar, que claro que hay o podría crearse, un recuerdo en que refugiarse, un plan prometedor, una imagen hipnótica, una distracción suficiente, un balance reconfortante o una tarea ineludible para aferrarse a ellas como a un salvavidas y esperar que pase el tiempo que es olvido o anestesia. Pero en este caso, podría tener su punto de mala fe, de huida.En nada cambia al mundo que lo mire y poco puedo hacer para cambiarlo, pero entiendo como un imperativo someterme al menos a la incomodidad de hacerlo. Contemplarlo en su pura manifestación. ¿Les pasa a ustedes?

Y pienso que no debo abandonar esta mirada infructuosa. Se lo cuento, como tantas otras cosas, con la certeza de que nos entendemos incluso más allá de lo que decimos.