Mañana termina el plazo para que los ciudadanos de Pamplona elijan quién será la persona o entidad que lance el chupinazo que el próximo 6 de julio dé comienzo a las fiestas de San Fermín y por lo que se ve está siendo el año con una mayor participación, con más de 17.000 votos emitidos hasta el día de ayer, muy por delante de otras ediciones de este sistema de elección que inauguró Joseba Asirón en su primera legislatura, apartaron Maya e Ibarrola –eligieron a dedo a Juan Carlos Unzué en 2022 y Osasuna en 2023– y se recuperó de nuevo para el de 2024 tras la moción de censura que descabalgó a Ibarrola del sillón y trajo de nuevo al tripartito Bildu-Geroa-Contigo.

Este año se han enfrentado personas individuales a colectivos relacionados con la fiesta, otros que no pero con un largo recorrido social y otros de carácter más llamémosle político o de actualidad. Obviamente, creo que todos y todas tienen acumulados méritos –también en su día Osasuna o Unzué, no se trata de minusvalorar a los elegidos, sino de valorar el sistema–, pero –y ya lo escribí hace unas semanas– hay un cacao importante a la hora de meter en un mismo bombo a candidatos tan dispares y que pueden responder a emociones tan diferentes.

No se trata de calificar qué o quién es mejor o peor, pero sí de constatar que quizá, si se sigue con este sistema de elección, habría que tratar de buscar –es mi humilde opinión– que todos los candidatos tuviesen al menos una relación con la fiesta o con la ciudad de más o menos relativo calado, puesto que sino pienso que se está muy al albur de las emociones presentes. Ya digo: celebré que lo lanzara alguien tan fantástico como Unzué y celebraré que lo lance quien sea esta vez, pero a mi juicio no estaría de más revisar las bases de nominación y clarificar –si es que hay voluntad, claro– este aspecto, clave a fin de cuentas en la elección de lanzador o lanzadora.