Está la cosa como lo contaba Canetti, pero al revés. Decía él aquello de “no se puede respirar, todo está lleno de victoria”, que estos días pasados es claramente “no se puede respirar, todo está lleno de derrota”. Ves derrotados a unos, a otros, a los de más allá, abres los periódicos con el miedo de ver qué imagen te encontrarás de Gaza o de Irán o de Ucrania, sigues leyendo informaciones producidas a ritmo industrial sobre el tema del mes y sus adyacentes y consecuencias y protagonistas y no te queda sino suspirar y pensar que quizá, quién lo sabe, todo esto acabe en unos días o semanas y siga saliendo el sol y el agua de la piscina continúe fresca y sana y la playa o el río nos ofrezcan a todos un poco de purificación para quitarnos algo esta sensación de agobio mental y físico.
Supongo que hay épocas así en la vida y que las hay en la actualidad también, épocas en las que todo parece que va mal o que está a punto de ir mal y que se ven pocas salidas. En la actualidad, a día de hoy, por estos lares, todo está casi copado por el asunto estrella, lo que por otra parte tiene su lógica también, y por el más que enmarañado e inquietante estado de la geopolítica mundial, donde uno no sabe a ciencia cierta qué pasa por las cabezas de tantísimos dirigentes mundiales, enfrascados en enfrentamientos que hacia mucho que no tenían lugar. En ese estado de falta de aire que escribía Canetti, que se ve en situaciones contrarias, cuando todo el mundo parece que tiene algo que celebrar y algún individuo no siente como tal esa victoria, quizá se haga necesario pensar que ya hubo épocas así y que pasaron y que vendrán días mejores y meses mejores en los que leer la prensa o mirar la televisión no sea un sopapo para el ánimo. Días en los que confiar en los demás no sea una debilidad sino lo natural y lo positivo y lo que nos separa del abismo.