No sé, pero al parecer la mente lo bueno que tiene es que con el paso de los días se va acostumbrando a todo. O a casi todo, claro. La mía al menos las primeras horas que sabía que Trump había bombardeado Irán estuvo algo inquieta, inquietud que se incrementa cuando sabes que Israel también bombardea Irán y que crece un punto más cuando te enteras que Irán replica y bombardea Israel y bases militares estadounidenses en Qatar e Irak, aunque luego te enteres que estos ataques estaban avisados.
Pero una vez que esa información, a todas luces preocupante, es absorbida por tus neuronas a lo que se ve tus neuronas reaccionan un poco como las vacas mirando al tren, con esa mezcla de mirada mansa y pasotismo, como si fuesen ya no sé si incapaces de entender el peligro o estuviesen jugando al juego de creer que a fin de cuentas hay mentes inteligentes y precavidas también en esto y que el asunto no va a pasar a mayores. Yo es que nací así de idiota: siempre creo que el asunto, el que sea, va a acabar solucionándose, signifique lo que signifique que un asunto como este acabe solucionándose.
O tal vez es el calor, que me aplana la ansiedad que pueden generar escenarios de este tipo. O la costumbre, pues llevas media vida o más oyendo sobre ataques y contraataques en Oriente Medio, prácticamente con todos los países y casi siempre con Estados Unidos en medio del cotarro.
El caso es que es un conflicto, uno más, que sumar a la ya extensa lista de problemas que acechan al mundo, envuelto en una espiral casi se podría que denominar de kafkiana desde hace unos años, al punto que la situación entre Rusia y Ucrania casi ha desaparecido de la actualidad informativa. Para mí que nuestra mente no puede reaccionar ya a tanta cosa y opta por salvaguardarse, lo que no deja de ser un alivio pues parece que quienes nos dirigen no están muy por la labor de dejarnos vivir tranquilos.