Hoy doy por concluido el décimo año de esta columna. Desde el pasado septiembre, han brotado en esta esquina 40 colaboraciones dominicales que parecen girar alrededor de disputas municipales, quejas colectivas y afanes comunitarios, a la par que penan la pérdida de un trazado urbano y social cada día más lejano. Todo ello, no exento de críticas variadas. Para empezar, algunos amigos –incluso en una ocasión mi dentista– me han reprochado que hablo en exceso del Casco Viejo y dejo al margen otros barrios pamploneses y sus muchos problemas. Les doy la razón. Conozco y escribo de migrantes que pululan ateridos o achicharrados por esta zona, de la casi desaparición delante de nuestros ojos de su comercio tradicional y de la continúa llegada de franquicias, de unas calles a las que muchos acuden en tropel para gozar de un irrespetuoso ocio al que creen tener derecho, de aspiraciones y peleas de los vecinos para mejorar su vida y de un barrio sin espacios para el juego y el deporte. También me han hecho ver que, junto al drama de los desahucios, pervive en ocasiones el de aquellos que alquilaron de buena fe la casa de sus padres, por ejemplo, y se ven incapaces de recuperarla por obra de algunos sinvergüenzas. Todos tienen su parte de razón. Habrá que mejorar el próximo curso.