Seis meses después de haber vuelto a asumir la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump ha transformado el tono y la dinámica de la política estadounidense; ha consolidado un estilo de gobierno basado en la confrontación, el espectáculo mediático y una narrativa que alimenta el resentimiento de una base electoral fiel, pero cada vez más aislada del resto del país. En este corto periodo de tiempo, el presidente ha demostrado un notable desprecio por las normas no escritas que sostienen la democracia estadounidense. Ha atacado a la prensa de forma sistemática, tildando de “enemigos del pueblo” a medios críticos, con severos reproches en público; ha cuestionando también el papel de las instituciones judiciales cuando estas fallan en contra de sus intereses. A nivel legislativo, sus resultados son escasos. El intento de imponer un veto migratorio a ciudadanos de países mayoritariamente musulmanes generó protestas masivas y fue suspendido en varias instancias judiciales. Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha desestabilizado alianzas históricas con sus gestos erráticos. Su salida del Acuerdo de París sobre el cambio climático fue ampliamente criticada tanto dentro como fuera del país. Ha mantenido un tono ambiguo hacia Rusia, lo que, combinado con las investigaciones en curso sobre posibles vínculos entre su campaña y el Kremlin, ha levantado serias dudas sobre su imparcialidad en la arena internacional. Además, simpatiza con Netanyahu, es insensible con el exterminio de la población palestina y parece encantado con su guerra arancelaria. Su estilo populista ha exacerbado la polarización. En lugar de buscar consensos, Trump ha optado por profundizar las divisiones raciales, ideológicas y culturales que fragmentan a la sociedad estadounidense. Ha minimizado los crímenes de odio, relativizado discursos supremacistas y alentado a fuerzas nacionalistas que antes se consideraban marginales. En el plano económico, Wall Street parece ignorar el caos político, al menos por ahora, pero los indicadores de desigualdad y precarización del trabajo siguen siendo alarmantes. A seis meses del inicio de su mandato, Trump ha demostrado ser un presidente imprevisible, polarizante y carente de una visión articulada para el país. Su gobierno está marcado más por el escándalo y la confrontación que por logros concretos. Estados Unidos, mientras tanto, navega en aguas turbulentas, con una ciudadanía dividida y un liderazgo en entredicho.