Nadie lo entiende –o todos lo entendemos demasiado bien–, que a Israel no se le aplique en el deporte lo mismo que a Sudáfrica en su época de apartheid, o a Rusia desde que invadió Ucrania: el veto absoluto en las competiciones internacionales. Es lo que pasa cuando se tienen padrinos tan estupendos que le permiten su genocidio de palestinos. En comparación con eso puede parecer que dejarles ir o no a la Vuelta –o a los Juegos, Eurovisión, la Champions, los Mundiales o los Europeos de cualquier deporte– es un tema menor.

Pero no lo es porque normaliza la matanza. Y, claro, lo que no hacen las autoridades políticas y no se atreven a hacer las deportivas –cuanta cobardía en todas las federaciones internacionales, tan orgullosas de su supuesta independencia– lo acaba haciendo la gente con actos de protesta. Y no pérfidos antisionistas ni nada por el estilo, no; la gente normal, la gente horrorizada, la gente harta.