Volvemos. Todo el mundo vuelve, tertulianas, columnistas, juntalineas, colaboradoras. Volvemos tras un verano ardiente y feroz. Un verano de muerte, sangre y rabia. Lo saben. Va de Gaza, donde las noches se han llenado de gemidos y asesinos en serie bendecidos por Yahvé.

Volvemos. Y claro, uno vuelve con algunos propósitos. Algunos de enmienda y otros de reincidencia. Pero uno sabe que cuando el tiempo se le echa encima, los propósitos se convierten en meros gestos para no despeñarnos. Así que, si tengo que elegir un propósito, ese es el de escribir, seguir escribiendo para no rendirse, que diría Sánchez Ostiz. Pero cómo escribir hoy. Cómo narrar, cómo construir estas columnas sin caer en el ensimismamiento, la banalidad, la felicidad normativa, la reiteración recurrente, los prejuicios o la escritura moralista y sentenciosa. Cómo narrar estos tiempos, sus incertidumbres, desvelos, contradicciones, miedos, malestares, tendencias o el día a día con sus satisfacciones o noches en vela por esa enfermedad llamada soledad. Cómo escribir después de Gaza. No lo sé. Se intentará. Ese es mi propósito. Escribir y hacerlo sin caer en la tentación del dictado de la tribu y sus sumisiones. Escribir como si uno fuera otro. Escribir para compartir el sobrecogedor poder de las palabras y saber transmitir la luz de una cerilla sin caer en la cursilería, lo trágico o lo patético. Y aunque vea correr la sangre, escribir sin ñoñería ni piedad. Escribir cargado de vigor mental y alma de comediante que diría Luis Landero. Escribir como ejercicio de resistencia ante un presente narcotizado y una realidad poblada de ficciones.

Por cierto. Ayer acabó La Vuelta. Ojalá hubiera seguido. Hasta el fin de existencias, hasta la liquidación por derribo. Porque La Vuelta, aparte de despropósito colaboracionista, ha sido el revulsivo, la chispa que ha encendido la mecha de una revuelta necesaria.