Septiembre suele ser tiempo de cambios. El primero de estación. Los demás irán llegando, o no. Asomarse a estos últimos días del verano da el vértigo de lo que está por llegar, también la ilusión de las cosas nuevas, con la intención de recoger lo mejor de lo vivido y guardar la energía de esos días de sol para cuando las nubes aprieten más que el calor. Que ya lo están haciendo, así de golpe. Dándonos un baño de realidad en lugar de los baños de mar y río. Parece que si la temperatura puede bajar 20 grados en una noche, todo puede cambiar de la noche a la mañana.
Y no parece este un otoño fácil. Vienen aires revueltos en el escenario político cercano, con las nubes del caso Cerdán amenazando, quien sabe si con lluvias suaves o con inundaciones que desborden. Es difícil saber la verdad, si es que hay una sola, en medio de tanta información intencionada. Pero no solo los vientos de la política, la de aquí y la de Madrid, están revueltos. El mundo en general anda sin brújula y lo que es peor, en muchos casos bajo la dirección de quienes nos llevan hacia las guerras y la violencia.
Y de nuevo Gaza, como ese dolor que no se calma, que sigue abierto. Arranca el otoño y lo que nos llega de allí es cada vez mas duro, menos humano. Mientras aquí se suceden las muestras de rechazo al genocidio, las últimas en el Zinemaldi, ese escaparate al mundo que ha querido ceder el protagonismo del cine a la denuncia de la barbarie. Estrenamos estación con la esperanza social de seguir sumando fuerzas para que llegue pronto la paz al pueblo palestino y desde lo personal, con el deseo de estar bien, desde lo sencillo, agradeciendo lo que tenemos, para desde allí ser capaces de asumir los retos.