Estos últimos meses he participado en varias ocasiones en actos convocados para protestar contra la masacre de Gaza. También acudí a la manifestación que recorrió el mediodía del pasado sábado las calles del centro de Pamplona. Abandoné la marcha antes de acabar, superado por todos esos 'Israel suntsitu' (Destruir Israel), coreados por buena parte de los participantes y repetidos en pancartas y consignas. Creo que no fui el único.
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Aun compartiendo la idea de que la creación del estado judío en tierras palestinas fue una inmensa injusticia y una descomunal fuente de sufrimiento, conflicto e inestabilidad, pedir a estas alturas su desaparición o destrucción, además de constituir un ilusorio brindis al sol, refuerza aquí las posturas más contrarias a la presión por una solución que se acerque medianamente a lo justo en esa parte del mundo. Por otra parte, en un momento en el que lo impostergable es detener la carnicería y hacer llegar ayuda humanitaria en la Franja, animar a la “resistencia” de los palestinos contra el ejército israelí, como se hizo el sábado en las calles pamplonesas, sólo tiene de positivo la seguridad de que no va a ser escuchado por nadie.
Visto el inmenso desastre desencadenado por el ataque de Hamas de hace hoy exactamente dos años, parece mentira que a algunos de por aquí no se les caiga todavía la cara de vergüenza pidiendo resistencia a los gazatíes. No tengo ninguna duda de que los críticos al plan de paz de Trump tienen razón, cuando afirman que perpetúa la injusticia y vuelve a pasar por encima de los intereses palestinos, pero si frena el genocidio y abre otro escenario, ni tan mal. Porque sin palestinos no hay Palestina posible. Habrá que seguir presionando, en los despachos y en la calle. Con realismo y sin postureo. Sin la magnitud que ha alcanzado la protesta en nuestros países probablemente todo estaría siendo mucho peor ahí.