La firma de Israel y Hamas a la puesta en marcha la primera fase del nuevo Plan de Paz impulsado por Trump es, sin duda, una buena noticia para Palestina y también para Israel, porque pone fin al genocidio en Gaza y las matanzas en Cisjordania, libera a los últimos 48 personas secuestradas y a 2.000 presos palestinos y obliga a una leve retirada del Ejército de Israel de los territorios ocupados en la zona gazatí. No es un Plan de Paz seguro ni garantiza una paz justa, duradera y verdadera a Palestina, que es la tierra ocupada ilegalmente. Ni tampoco asegura su cumplimiento en las siguientes fases de la misma forma que Israel incumplió los dos acuerdos de alto el fuego anteriores, en noviembre de 2003 y en enero de 2024, como ha incumplido sistemáticamente todas las resoluciones de la ONU desde 1948 y ha roto todos y cada uno de los acuerdos internacionales con Palestina. Pero es la oportunidad de poner fin a dos años seguidos de bombardeos insistentes –se han lanzado alrededor de 200.000 toneladas de explosivos sobre Gaza, más o menos una fuerza destructora como 13 bombas nucleares–, de acabar la limpieza étnica del pueblo palestino y el expolio de sus tierras, la destrucción de sus viviendas, cultivos, hospitales y abastecimientos.

En definitiva, de terminar, al menos momentáneamente, dos años después de los ataques terroristas del 7-O de 2023 en los que Hamas asesinó a más de 1.200 isrealíes y secuestró a otros 250, con el sufrimiento inhumano que ha ocasionado el asesinato indiscriminado de decenas de miles de civiles palestinos como injusta venganza, muchos de ellos, mujeres, niños y niñas, en una operación masiva y discriminada contra Gaza y cada vez más intensa en Cisjordania que ha vulnerado todas las normas y compromisos de la Legalidad Internacional y los Derechos Humanos. Es evidente que este alto el fuego inicial viene de la mano de Trump y que solo si Trump insiste en su continuidad, Netanyahu y su Gobierno supremacista y sionista continuará en las siguientes fases. La movilización social y las masivas manifestaciones que han recorrido el mundo –también las calles de Euskal Herria–, han obligado a los dirigentes e instituciones a un muy lento, pero continuo cambio de posiciones que han acabado debilitando y arrinconando la posición internacional de Israel. La UE es un buen ejemplo. El alto el fuego es una puerta a la esperanza para el pueblo palestino, pero está muy lejos aún de ser una puerta a la paz.