Se acerca el Black Friday dichoso y se acercan también las Navidades, con sus porrones de regalos a realizar, y mis piernas siguen recorriendo barrios de Pamplona y observando con absoluta desazón la enorme cantidad de comercios que han echado la persiana en los últimos años y la casi nula rotación de nuevos que se observa en muchas calles.

No quiero hacer mención en concreto a ninguna zona, porque las hay más dinámicas, con población más joven, con precios de pisos más asequibles y hay muchas razones que hacen que una zona comercial se haya quedado más arrasada que otra, sino más bien volver a insistir en la importancia que tienen los comercios y en general los negocios para que vivamos en unas sociedades mejores.

En ciudades, en localidades de tamaño medio y en pueblos grandes, medianos y pequeños. Alrededor de los comercios se genera vida y gracias a esa vida mejoran claramente el confort y la sensación de bienestar. Cuando uno en su ordenador o en su móvil encarga un bien a una empresa multinacional que paga impuestos -si los paga- en el extranjero o en otra comunidad donde apenas tributa lo que está haciendo, quiera o no, es empobrecer lo que tiene más cerca.

No seré yo quien critique a quienes compran así, puesto que detrás habrá mil razones y una de ellas y no poco importante es la económica, pero sí que me atrevo a pedir que seamos más conscientes de cómo se están quedando nuestras ciudades y pueblos, mientras el trajín de las furgonetas de reparto es el que es y el sonar de los timbres parece un campo de grillos al anochecer.

No veo, ni leo, ni oigo que haya un plan a nivel foral ni local con todo este tema, quizá lo haya y se me ha pasado, pero urge tratar de frenar esta sangría de alguna o de muchas maneras, reconociendo que quizá la más importante de todas está en las manos de cada uno de nosotros y nuestra apuesta o no por nuestro propio hábitat de vida.