Somos hijas y somos hijos de nuestros filtros. Desciframos el sentido de lo que vivimos según lo que nos escuecen nuestras heridas y lo que nos incendian las pasiones. Los prejuicios propios, los heredados y los que nos inocula el entorno moldean el cristal a través del que vemos La Realidad. Eso tan ambiguo a veces.
“No vemos las cosas como son, las vemos como somos”. Lo dijo Anaïs Nin y, por lo visto, también Krishnamurti. Ella veía en el Sena un cauce gris sinuoso y sedoso. Hay quien lo encuentra un vertedero embarrado repleto de texturas flotantes indefinidas y hierbajos estancados en los recodos.
Ocurre mucho con los regalos. Hay quien recibe un móvil de su pareja cada tres cumpleaños y lo considera una falta de imaginación olímpica. La pareja, entretanto, sonríe y hace la V subida en el podium de Lo Práctico.
Hay regalos boomerang, o bumerán. Ese viaje a Berlín para tu pareja, que no quiere otra cosa que iglesias románicas y tabernas con torreznos, cuando la de las capitales europeas eres tú. Y lo sabes. Y él también. Esa hora de circuito para tu chica, a la que no le pone especialmente el volante, en Ferrari, el coche de tus sueños más volcánicos. La madre de una amiga regaló a su marido el chaquetón de su vida –la de ella– con una nota. Si no te gusta, me lo quedo yo. Diosa.
Hay regalos envenenados. Creíamos que ya no existía el marido que sorprende a su mujer con una plancha o una aspiradora, y que, desde luego, la sorprende. Pensábamos que se había extinguido porque tuvo que nacer como tarde hace un siglo. Pero resulta que no y que, además, hay secuela. En Toral de los Vados, comarca leonesa del Bierzo, han celebrado hace poco el Día de la Mujer Rural. Para reconocer todo lo que han contribuido esas mujeres de doble vida, la doméstica y la del campo, a la agricultura, a la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible el Ayuntamiento ha querido hacerles un regalo. Un detalle. Un guante de cocina.