El partido en Bilbao entre la selección de Euskadi y la de Palestina fue una muestra masiva de solidaridad. Pero también visibilizó, como dijo Jagoba Arrasate, hasta dónde puede llegar el fútbol y el deporte en general cuando se usa para una buena causa. Lo vimos en la Vuelta Ciclista y se volvió a ver en este histórico partido. Porque lo que estaba en juego en San Mamés no era el resultado. Los goles no eran lo importante.
No ganó el que más goles metió, sino que ganó Palestina y los Derechos Humanos. Bilbao volvió a ser el reflejo de cómo una sociedad y sus instituciones deciden solidarizarse con el pueblo palestino y tomar partido contra el genocidio que Israel sigue practicando en Gaza, donde no acaba de cuajar un acuerdo de paz ni justo ni duradero.
De alguna manera, es la continuación de todo el movimiento que se generó en torno a la Vuelta Ciclista a España en septiembre, que acabó convertida en el mejor altavoz de protesta y reivindicación del respeto a los Derechos Humanos individuales y al derecho colectivo de un pueblo a existir. Al menos a sobrevivir. Entonces se demostró que era una causa compartida a lo largo de muchos kilómetros, aunque es cierto que fue en el paso de carrera por nuestros territorios cuando empezó a cobrar fuerza. La selección vasca ha sabido interpretar esta corriente social y transformarla en un evento por la paz.
Por mucho que haya quien abogue por separar el deporte de las causas sociales o políticas, lo cierto es que son un cauce, como la cultura, para fines positivos y solidarios. Porque además, muchos deportistas son personas comprometidas con el mundo que les rodea. Y ayer, en el campo, eso quedó claro.