Después del muestrario de timbres orquestales (rasgueo de guitarra, alarde del fagot, punteo del arpa…) que ofrece Ravel en su jocosa y entretenida Alborada del Gracioso, un Sorozábal poco frecuentado, y, sin embargo, muy interesante y que eleva los textos en euskera al estamento del lied de los grandes compositores europeos (R. Strauss, por ejemplo). Sus siete lieder sobre poemas de Heine nos muestran el Sorozábal más universal sin olvidar lo local. La versión que hoy nos ocupa fue magnífica en la voz de la soprano Sofía Esparza, y algo menos en la dirección de Méndez por no retener a la orquesta algo más, en algunos tramos, y por la medida del zortziko, quizás esto último por la manía que tenemos de marcarlo más rotundamente.

La voz de Sofía es cálida, poderosa en los agudos, homogénea de color en toda la escala. Canta con gusto y con seguridad, lo que le permite espectaculares finales en el agudo (matiz fuerte en 1 y 3, 5), y dulzura en el matiz piano, cuando lo respeta la orquesta (el precioso nº 4). Corre bien la voz por la sala, aunque, como suele ocurrir con un solista que canta con una gran orquesta, siempre queremos que ésta apiane más. No obstante la cosa resultó bastante equilibrada. Un poco excesivo, eso sí, el metal en el último. Fue muy aplaudida.

Euskadiko Orkestra

Programa: Alborada del Gracioso de Ravel. Siete Lieder sobre poemas de Heine de Sorozábal. Quinta sinfonía de Mahler. Ciclo de la orquesta.

Lugar y fecha: Baluarte. 25 de noviembre de 2025.

Incidencias: casi lleno.

Sin embargo, Méndez y (el metal) hicieron una gran versión de la quinta de Mahler. Méndez la domina hasta el último compás (apenas mira la partitura); y del metal, qué voy a decir: ¡qué tiene que ser, para la trompeta, correr con el compromiso de comenzar a pelo esta obra y marcar la pauta!; y la trompa: ¡qué tarde tan gloriosa! Mahler, también para el oyente, es una demasía y sólo en el precario equilibrio de este desbordamiento puede uno asomarse a su mundo, a la voluptuosidad de su música, a atisbar lo absoluto (para Mahler, con mayúscula), a recorrer toda la gama de emociones, (enamoramiento incluido).

Y todo eso le viene a uno a la mente si se le muestra con fluidez y claridad semejante monumento sonoro. En primer lugar, a mi juicio, se acertó con los tiempos, con un comienzo tranquilo, con sensación de lentitud, pero sin añadir minutaje al resultado, para clarificar bien el planteamiento, e impresionarse con esos latidos del corazón, amplificados, que son los golpes de trompeta y orquesta.

En el segundo movimiento se lucen los pacíficos chelos. En el tercero manda la trompa, sin mella, tanto en el matiz fuerte como en el piano; la trompa siempre amasa un sonido hermoso, en el pianísimo, más; Méndez mueve este tramo con un rubato variado y personal. En el cuarto –el famoso adagio–, como solemos decir, uno quisiera quedarse a vivir; la orquesta (y Méndez, claro), consiguen tensionar aún más la emoción que la partitura, la cuerda y el arpa ofrece de por sí, con matices a media voz, regulador hasta totalizar la intensidad, y el pianísimo final que deja sin respirar al público. Me gustó que el titular hiciera attacca para comenzar el quinto movimiento, así se evitan las toses que rompen toda la magia. El final fue enérgico, vigoroso, pujante hasta en los pasajes fugados. Y brillante en el remate. Sería injusto no citar a maderas y percusión. Una buena versión. Siempre es un lujo escuchar en vivo esta obra.