Me encuentro con S que ha salido de casa para tomar el aire y me pasa horrorizado un par de vídeos elaborados con IA a partir del Jardín de las delicias del Bosco y de varias obras de Edward Hopper. Los veo en casa más tarde y, como S, tiendo al no. A mi entender, el movimiento resta encanto y profundidad y reduce el impacto de las pinturas al de un anuncio curradillo. De colonia o así en el caso del Jardín de las delicias y de una agencia de viajes en el caso de Hooper, porque, así como la contemplación de sus lienzos estimula la curiosidad sobre la vida de los personajes, el vídeo da ganas de salir pitando de cada escena. Estos vídeos son como la comida triturada, que ni exige masticación ni atraganta pero tampoco satisface. Son puré, como las llamadas exposiciones inmersivas. Un juguete. La pregunta es para qué. La única respuesta plausible es dinero. Nada nuevo.

Por contra, he flipado con otra IA que se alimenta de textos y ofrece presentaciones, infografías, podcast. A ver, carne en calceta, p’al que la meta. Si le das buenos datos, te ofrecerá un producto aceptable, incluso tiene la deferencia de citar las fuentes, si le metes basura, obtendrás un ultraprocesado. Vistoso, eso sí. Titula con algo de dramatismo y urgencia, como si quisiera tener estilo propio, y eso podría volverse peligroso y es innegable que necesita control de calidad, pero ahorra tiempo.

Por eso, MJ recuerda la gran amenaza, puestos de trabajo sobrantes. Ha pasado en otras épocas y han surgido otros trabajos. Perdemos unas destrezas y desarrollamos otras (leo que ya casi nadie sabe limpiar un cardo). ¿Cuántos de estos nuevos trabajos serán relevantes para el bienestar de la gente? ¿Cuántos se dedicarán a fabricar tonterías?