A Pitágoras se le atribuye ser el primero en identificar a los números como la esencia de lo real, cosa que corrobora la matemática contemporánea, para disgusto de la física que ha de seguir su dictado si no quiere hacer compañía a las Humanidades. Pero los números, ahí donde los tienen, no son más exactos, objetivos y unívocos que las palabras que pasan por ser difusas, subjetivas y equívocas cuando aparecen en un discurso de labios de un político, si éste por desgracia, además de hablar, sabe contar.

In illo témpore fue posible disociar en la tramoya política la retórica de la contabilidad, pero con la sofisticación de nuestro sistema democrático en todos los sentidos, hoy un estadista no puede permitirse el lujo de mantenerlas separadas y precisa hacer labores coreográficas, pues si en donde dije digo, digo Diego, las letras bailan, los números cantan, lo que haga falta. Veamos un ejemplo: la conocida tonadilla infantil Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis... puede quedar como sigue si se precisa engordar el presupuesto Dos y dos son veintidós, olé, olé, olé... Claro que si lo que se requiere es camuflar que falta dinero de la caja, entonces tendríamos Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son tres... Ahora bien, si lo que conviene es robar más adelante, lo mejor es llegar lo más lejos posible fiel al estribillo: Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, y ocho dieciséis, y me llevo diez... Está muy claro que nuestros gobernantes no acudieron a la misma escuela que Fito y los Fitipaldis, que alardean de que todo lo que saben se lo enseñó una bruja; éstos aprendieron de Protágoras, pues saben restar de maravilla. Lo que ya no se les da tan bien es sumar.