Un amigo me decía que no comprende cómo la gente critica tanto a los estadounidenses por su forma de vida, sus ansias imperialistas, el derroche energético y la basura que generan, su certeza de superioridad, etcétera. "Pero si son como unos niños grandes, bondadosos y simples" - dice-.
El caso es que esos niños grandes acaban de desmantelar hace unas fechas un juguete que tenían guardado por si aca, en un rincón: se trata de su mayor bomba nuclear, la B-53, un horrendo monstruo de 4.500 kilos y con un poder destructivo 600 veces más poderoso que la bomba de Hiroshima. Un miembro de la Administración Nacional de Seguridad de EEUU comentó: "Ahora el mundo será más seguro". Toma, claro.
Ahora que se habla tanto de un nuevo cambio de paradigma, sería bueno que cada vez más ciudadanos se adhieran a esos colectivos que lo reclaman. ¿Qué derecho tiene ningún Estado con sus fuerzas armadas a perturbar y estremecer las aguas de los mares con sus submarinos mortíferos? ¿A privarnos de islas paradisíacas empleándolas para experimentos de guerra química? ¿A impedirnos pasear por parques naturales como las Bardenas, sólo porque tiene que entrenarse con sus juegos de guerra?
En fin, aquel homínido de 2001, una odisea del espacio, de Kubrick, continúa golpeando cada vez con más saña aquellos guijarros, llenando el espacio de astillas. Y esa nave espacial que al momento aparece en el cosmos no es sino el resultado de trabajos efectuados con nuestra inteligencia, que se nos da gratuita y, por tanto, no tiene mérito alguno, como no sea el de las horas de trabajo dedicadas a su desarrollo.