Hace unos meses, el Arzobispado de Iruñea dio a conocer a los fieles los objetivos del curso 2011-2012, entre los que destacaba ampliar la presencia del euskera en la vida religiosa de la Comarca de Pamplona, adaptándose a una realidad bilingüe que hasta ahora ha sido vergonzosamente ignorada.
La noticia me alegró y, desgraciadamente, la alegría se ha ido tornando en tristeza e incluso indignación al ser directamente testigo de algunos detalles que contradicen dicho anuncio. El primero, la misa celebrada por el propio arzobispo el día de San Saturnino, en la parroquia del patrón de la ciudad. El prelado, que presuntamente quiere ir normalizando la presencia de la lengua vasca en las celebraciones de Pamplona y Comarca, no dijo una sola palabra en euskera, no ya una lectura... ni siquiera un egun on. Eso se llama respeto a la realidad lingüística de la ciudad y a la palabra dada.
La segunda. El semanario La Verdad reparte una publicación con villancicos para cantar en Navidad. ¿Alguno en euskera? No, por supuesto. Se nos invita a que entonemos las letras de Raphael, pero no Virginia maite, Ator Ator o Lo dago. En la línea de la publicación de la Diócesis, que en su obsesión por esconder nuestra lengua llega a privar a la zona con mayor número de vascoparlantes (Iruñerria) del suplemento en lengua vasca que reparte en la zona norte.
En dos palabras: patético y triste. En mi opinión, ése sigue siendo el tratamiento que la jerarquía de la Iglesia navarra da al euskera. Así que si no hay intención de cambiar, al menos que no nos tomen el pelo.