Estimado señor Glaría (utilizo su segundo apellido dado que usted hace lo mismo conmigo): en primer lugar, he de pedirle mis más sinceras disculpas. En ningún momento, tal y como decía en mi carta, ha sido mi intención desdeñar a la ilustre profesión galénica. Tengo un gran respeto por el oficio de la medicina y es mi deseo el dejar bien claro que espero de todo corazón el mayor de los éxitos a todos los profesionales médicos, entre los cuales poseo grandes amigos/as y compañeros/as. Asimismo, recalco que rindo una gran deferencia a sir Isaac Newton y a su universo -al parecer no tan materialista como yo pensaba-.
Lamento profundamente el entuerto si mis palabras han sido malinterpretadas. Es por ello que no voy a ser yo el que siembre la discordia entre su profesión y la mía. Es más, le invito a que nos veamos y compartamos impresiones. Si lo desea, puedo proponerle una psicoterapia a medida en la que podrá contarme todo su pensar y su sentir al respecto. O si lo prefiere, podemos debatir sobre cualquier asunto que le parezca: los crueles experimentos condicionantes de los perritos de Pavlov, o las viles pretensiones del conductismo radical, o las parafernalias psicoanalíticas freudianas... Lo que sea. Me pongo a su entera disposición. Que no le falte de nada.
Si en alguna ocasión deseo tomar pastillas, me gustaría que fuera usted el que me las recetara. Será todo un honor y un placer tomar sus píldoras. En cuanto a los chicos de la industria farmacéutica, bueno, ya saben dónde encontrarme.
Un cordial saludo a todos, en especial a mis queridos médicos. Paz y bien.
P.D. Mi familia materna se halla muy agradecida a usted. Los Martínez de San Vicente también existen, claro que sí.