Estos días ha sido noticia la reforma judicial anunciada por el nuevo Gobierno de eso que llaman España, a través de Alberto Ruiz-Gallardón, su ministro de Justicia. Entre los cambios se encuentra la posible instauración de la prisión permanente revisable, el pago de tasas para recurrir, la reforma de la Ley del Menor para juzgar conjuntamente a menores y mayores por delitos graves y la reforma de la Ley del Aborto. Ya está sobre la mesa, por tanto, la cadena perpetua, escondida tras ese telón revisable y para casos de una gran alarma social.
Alarma social no sé, pero alarma personal la que experimenté con el susodicho ministro hace ya casi 20 años, en el corazón de esa España que esperemos no llegue nunca a serlo. Fue un 24 de septiembre de 1993. Silvio Rodríguez y L. Eduardo Aute ofrecían un concierto en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid. Yo me encontraba con las amigas de la Coordinadora Estatal de Solidaridad con Cuba informando sobre la difícil situación de la isla por las consecuencias del largo y penoso bloqueo impuesto por EEUU. Fue entonces cuando apareció aquel hombre vestido elegante pero informal y, con la sonrisa en la boca, agradecido por la hoja informativa entregada. "¿No sabes quién era ese? Alberto Gallardón". ¡Joder, yo no estaba! Todavía tengo la pena de no haber podido decirle nada. Más tarde volví a recordarlo cuando Silvio y Aute interpretaron, en un recinto iluminado por las llamas de los mecheros, la canción Al alba. Y esa alarma social, perdón, personal, no hizo sino acrecentarse. Por quienes la cantaban sin saber lo que decía esa letra dedicada a los últimos fusilados por el franquismo aquel 27 de septiembre de 1975. Por quienes en su día la cantaron y ahora tararean la melodía con más mala que buena conciencia. Pero, sobre todo, por los Alberto Gallardón y quienes, como él, siguen escribiendo trágicas letras que seguirán cantando las gentes de abajo, ante la frialdad y la indiferencia de los de siempre. ¡Qué pena que el mundo de la política sólo sea revisable una vez cada cuatro años! ¡Qué pena que ello no genere una gran alarma social!