Ramos y burros
Hoy hay más burros que ramos y aclamadores; tal vez alguno de ellos seamos nosotros. Así podemos releer los hechos que nuestra tradición católica ha expresado en un arte que se expone vivo y en la comunidad entre nuestras calles. Salen en procesión los pueblos ibéricos, como los itálicos y tantos otros, recortando ramos de olivos o palmas o comprando un ramillete a la salida de la iglesia para, bendecidos por el sacerdote, colocarse a menudo en ventanas o balcones. El recuerdo de la llegada del Mesías en un borrico a Jerusalén constituye una fiesta. El Rey de reyes escoge un animal humilde y manso, no un caballo blanco, de guerra, para su aparente gran triunfo.
La cercanía del Domingo de Ramos muestra el gran ejemplo del Mesías que es bendecido a gritos cuando entra triunfalmente en Jerusalén. Su victoria: curar, sanar, enseñar, mostrar las vías del amor amando. No hay muertos ni esclavos tras su carro triunfal, ni soldados, ni una corona de laurel. Los mantos, los abrigos de los que allí vivían, ponen a sus pies. Pero no hay que fiarse de las masas ni de las modas. Ahora multitudes alaban. Pocos días después, otras multitudes, y quizá algunos de los mismos que le seguían con ramos, le conducen a la mayor vergüenza, al desprecio, al insulto, a la tortura y muerte, al que todo lo hizo bien. No hay que fiarse tanto de lo que la sociedad hoy glorifica o denigra. El mundo fundamental es otro. Lo mismo que solo conocemos de la existencia del universo, de las estrellas, galaxias que están a millones de años luz, una pequeña parte, en torno a un 4%, es decir, casi nada, tampoco sabemos del mundo interior, ¿energía oscura? Algo se conoce, pero lo importante a menudo escapa a los ojos, porque sucede en los corazones. Burros somos muchos, porque creemos en lo que no hay que creer, en el mundo y sus pompas, en las reglas de un juego que imponen otros como si fuera el único, pero no somos tan humildes como aquel pollino de Judea.
Las muchedumbres, las democracias, pueden elegir lo mejor o lo peor, como los individuos. Nada está garantizado. Pero hay algunas estrellas en nuestra noche que se hacen sol en nuestros interiores cuando miramos con las pupilas amorosas. Quien busca honores, poder, dinero, yerra si ahí se queda. Quien se da, acierta, aunque pueda sufrir por ello, pero la felicidad se le acerca, la eterna respuesta que yace en nuestras infinitas preguntas. Buscamos pero no miramos. Las fiestas barrocas que salen a nuestras calles como ramos y esculturas pueden ayudar a reflexionar y a mirarnos dentro de la camisa que nos recubre, como una capa de porquería, nuestra existencia. ¿Dónde van nuestras vidas y nuestras muertes?