Pasan las huelgas generales como azotes al rumbo de una nación. Después de ver el caso griego, donde tantas se han producido que la gente se ha cansado de pararse y parar el país, se produce un cierto desencanto. Por un lado, vemos que los ricos banqueros y sus secuaces, algunos políticos incluidos, los culpables de la crisis, los que tienen difícil la entrada en el reino de los cielos, más que un camello para pasar por el ojo de una aguja, siguen viviendo en sus lujos a costa de los demás. Por otro, que hace falta recortar excesos. La vida del derroche se corta en cuaresma, como un ayuno, frente a las borracheras de gastos desorbitados en los banquetes del inmediato pasado. Mas que paguen no tanto quienes se atiborraron sino los camareros, los mendigos... otros. Eso disgusta. Además, molesta que nos quieran retornar a los tiempos de la esclavitud, que cuando uno se enferme lo echen como a un burro viejo del trabajo, sin humanidad, que puedan cambiarle de lugar y horarios sin haberlo pactado como si no pudiesen tener familia, como si solo hubieran nacido para servir al negrero de turno. No queremos perder el bienestar de un pueblo para que se aprovechen solo unos pocos. Lo importante es si la gente luego podrá ganar honradamente su pan y ser feliz o no. Que haya muchos oficios para elegir, mejor a que no haya. Pero tampoco queremos que se legalice la vuelta a los abusos. Los empresarios, que emprendan y ganen y conquisten nuevas maravillas para ofrecernos, pero sus empleados, que puedan llevar una vida digna. No es tanto pedir, pero pareceríamos tontos si nos van poniendo argollas y no nos quejamos. Duros tiempos nos esperan, pero siempre hay primaveras y las tendencias cambian o las hacemos cambiar. El mundo es en buena parte lo que los humanos decidimos que sea. Depende de cómo nos organicemos, de a quiénes dejemos que nos ordenen la vida. Pero hay mucho orden que es un gran desorden moral y vital. Todos tendremos que trabajar para levantar nuestra sociedad del abatimiento, pero que den ejemplo los de arriba. Cuando los aristócratas iban a la guerra en primera línea y morían, eran estimados. Todo cambió cuando comenzaron a quedarse en retaguardia pues empezaron a ser odiados, obligaban a morir a los otros sin ellos exponerse. Estrecharse el cinturón pues no hay tantas viandas, bien, pero que empiecen con el ejemplo los predicadores.