No me protestes, ¡oh!, querido lector quejumbroso, te lo ruego, por el título. Pero, por favor, sin atropellar, vayamos por partes. En primer lugar el título. ¿Cómo un escritor como yo, con más de 20 libros en solitario publicados a las espaldas, después de tantos años de trabajo, y además poeta, me rebelo ante esta gran teta institucional que a todos amamantarnos desea, y precisamente en el día dedicado al libro en vez de postrarme en adoración perpetua ante este ídolo, oh?
Escribo esto ahora porque ahora se me ocurre y porque, de seguir la industria cultural por los derroteros que llevamos, la derrota será inminente.
¿Excesiva es mi profecía? Pasemos al título, que no es que me fastidie dedicar a la encomiable labor de ofrendar lecturas y animar a la escritura, ni sea la mía una oposición a las ayudas institucionales para hacer amable la lectura, ni un alegato contra las bibliotecas o una defensa de los árboles frente al consumo de papel. No. Es la constatación de un fenómeno que se está tornando en revolución. El libro digital, o como queramos llamar a ese conjunto de letras que por la red vuelan, hipertexto, texticulitos, bibliotecas enteras y frases publicitarias, verdades sin cuento e imaginaciones, mentiras, calumnias, todo esto ahora ya lo leen incluso mis más prehistóricos amigos, viejos escritores, en una tablita electrónica donde, dicen, ya no hay que transportar con enorme peso los mil volúmenes.
Además, a mí, analfabeto cibernético y rústico, amante de las antiguas ediciones en papel y pergamino, me burlan diciendo que además tienen en esa tablita finita Internet sin límites, infinita, donde incluyen ya el ordenador, leen los periódicos, disfrutan de juegos para ellos o para sus hijos, hacen fotografías y graban películas y hasta ven la televisión. Pero, querido lector, si te ríes de mí por ser poeta a la antigua que con la pluma escribe en papel y así vuela, tal vez siendo fotógrafo o pintor o decorador o cineasta quizá también temas en el próximo futuro, porque ya está llegando a los hogares una inmensa pantalla que es a la vez todo esto que hemos hablado, con ella escriben, pues se convierte en ordenador cuando hace falta, ven programas o cine, escuchan la radio y, cuando no la quieren mirar, se convierte en un cuadro que puede ir cambiando poco a poco de paisaje o imágenes. ¿Adiós al óleo? ¿Adiós al libro? Probablemente quedarán residuos, yo guardaré mis ediciones... Pero, sin duda, ahora se dará el día de Internet y la escritura digital, como la que yo, pese a mis gruñidos, estoy tecleando en la pantalla de mi desordenado ordenador. ¡Oh, mundo de contradicción! ¿Y mi título entonces? Algo tenemos que hacer quienes queremos ser leídos con estridencias publicitarias, pues si no quedaremos perdidos en el ciberespacio, a merced de los grandes buscadores, de empresas que con misteriosos criterios nos buscan o desestiman. Y esto lo dice un gran amante de los libros. He dicho.