Al parecer, el Real Madrid acaba de suprimir de su escudo la cruz que en él figuraba, ya que, al haber construido unas instalaciones en un país árabe, el logotipo podía ser motivo de conflictos. Igualmente, según hemos leído, la compañía aérea British Airways ha despedido a dos de sus empleadas porque aparecieron en el trabajo con sendos crucifijos al cuello. Y estos hechos no son sino una mínima muestra de la presión y descalificación que cada vez con mayor intensidad se está produciendo con los seguidores de aquel hombre bueno, hijo del carpintero de Nazaret. Sí; porque aunque se pone como excusa a la jerarquía eclesiástica (católica), esa presión se extiende hacia todo lo que tiene que ver con aquel que, por incordiar y pedir paz, amor y perdón para los enemigos, acabó clavado en un madero. Es curioso cómo en estos tiempos vemos retratos de líderes revolucionarios pegados en multitud de estancias con gran orgullo. Y de aquel barbudo bondadoso, de empolvadas sandalias, nada de nada. Y si alguien lo ve en algún habitáculo, ya piensa automáticamente que el autor de su colocación es un retrógrado, inmaduro, poco evolucionado. Pero solo sucede con el carpintero de Nazaret. Otros maestros y líderes espirituales son mostrados con orgullo, y sus retratos se hallan bien enmarcados y exentos de polvo y paja. Es un fenómeno increíble. Menos mal que, en ocasiones, se dan sucesos que pueden mitigar mínimamente la amargura de los creyentes. Sucesos como el que al parecer acaeció hace unos años en Madrid cuando Tierno Galván (ateo convencido) se hizo con la alcaldía de la ciudad: el día en que tomaba posesión de su despacho en la alcaldía, uno de los operarios se disponía a quitar un crucifijo que se hallaba colgado allí. Tierno, con voz firme, dijo a aquel operario: "No, no lo quite, eso es un símbolo de paz". En fin, tomemos nota de ejemplos como este.