Gracias don Juan Andrés Crespo por su apoyo al escrito que me fue publicado en este periódico sobre Santos Villanueva. También agradezco sus consejos sobre la ayuda que hay que realizar a la Iglesia, por encima de todo. Tiene toda la razón. La Iglesia católica la formamos todos; también los laicos creyentes. Por lo tanto, todos debemos contribuir a su mantenimiento. Además de que son muchos los buenos sacerdotes que existen y que ayudan a nuestros hijos y nietos a formarse en la fe, en la vida espiritual; y no solo eso, sino que llevan a cabo muchas otras buenas obras, en especial, con los más necesitados.

Yo me dejé llevar por el impulso del primer momento, porque no soporto que existan garbanzos negros dentro del clero. Pero como bien dice mi marido, los sacerdotes también son humanos, y alguno puede ceder a sus debilidades; y que lo que hay que hacer es pedir a Dios por ellos. Así que, sí, volveré a marcar la X en la casilla de la Iglesia en la próxima Declaración de la Renta. Gracias de nuevo señor Crespo.

Quiero aprovechar para hacer una rectificación sobre un lapsus que sufrí en el escrito mencionado y en el que reparé nada más ver mi carta publicada. Sé perfectamente el significado de la expresión “abogado del diablo”. Y en esta carta no cuadraba en absoluto. “El abogado del diablo” hubiera ido en contra de Santos Villanueva para desenmascararle... En cambio, lo que hizo el sacerdote en cuestión fue defenderlo. Yo debería haber escrito algo así: “Su defensor, como siempre, salió al quite para salvarle una vez más...”.