En busca de las Perseidas, la lluvia de estrellas, el polvo de estrellas, no conseguí encontrarlas y me quedé clavado en el infinito relleno de estrellas como granizos gordos y se apoderó de mí una crisis de espanto de belleza. No sé cuánto rato estuve quieto hasta que parpadeé y aterricé. Comprendí lo que dice mi amigo Carl Sagan, que resulta difícil hablar del cosmos sin emplear números grandes: 100.000 millones de galaxias, 10.000 millones de estrellas? y así, desnudando la belleza de los números. Y te ataca un vendaval de escalofríos cuando piensas que ya hay un mercado de la conquista del espacio. Los colonizadores imperialistas quieren llegar antes que el otro competidor y ganar al vecino. Entre los conquistadores existe un principio llamado lebensraun -espacio vital- según el cual, para vivir y respirar, un territorio necesita anexionarse los contiguos. Y tienen tajo para rato. Todo van a necesitar los hombres si quieren sobrevivir, porque la Tierra se acaba, aunque nosotros no lo veamos. Me abruma pensar que Florencia desaparecerá, y su Campanile, y se me ocurre que, para evitar el desastre, que el Cosmos es una sinfonía de sinfonías, que cada estrella es una nota. Que cada galaxia es una página escrita y que en el otro lado del cosmos hay varios cosmos con la copia de todas y cada una de las notas, Campaniles y cúpulas. Cada uno se consuela como puede. ¿Y por qué no va a ser cierto lo que pienso? De hecho ya existe por el hecho de pensarlo.