Desde pequeños nos enseñan que somos seres humanos. Nacidos en un universo y en un planeta Tierra compuesto por mares, montañas, lagos, islas o mis queridos bosques. La naturaleza es silenciosa en demandas, pero generosa en cesiones. Acató nuestra ocupación y vio crecer nuestras ciudades. Y esta cesión silenciosa nunca fue tenida en cuenta. En nuestras ciudades quedan los parques y los árboles que han pasado a ser meros elementos estéticos. O eso me pareció un día que oí llorar a dos secuoyas en mi querida Iruña. Una, de impresionante belleza, habita dignamente entre las obras de rehabilitación de un futuro archivo y la localicé por la sinfonía ensordecedora de una excavadora que la acompañaba. Desde mi desconocimiento imagino que ese lugar será el destino de otro patrimonio cultural porque el patrimonio natural del exterior se encuentra sitiado sin el menor cuidado. No fue la primera vez que oí llorar a una secuoya en la misma ciudad, y ésta otra se encontraba en la parte vieja pamplonesa en otro edificio del Gobierno de Navarra que también aloja a departamentos de cultura. Esta preciosa superviviente se encuentra rodeada de coches en un parking improvisado para los trabajadores. Allí hice una nefasta prueba de oposición para el departamento de Cultura. El temario versaba sobre el patrimonio navarro, la Cultura con mayúsculas, porque el patrimonio natural de Navarra parece limitarse a los bosques vivientes de mayor impacto de lugares como Irati o Bertiz. La naturaleza urbana también existe, elegimos su lugar y le damos una función meramente estética y estática. Tristemente, termina siendo invisible, silenciosa, no verbaliza ningún lenguaje y no se maneja ni en Facebook ni en Twitter por sí sola.

Oí llorar a ambas secuoyas y a toda la comunidad viviente desde sus copas a sus raíces. Los pájaros, las hojas, las ramas, los hongos. ¡Tanta belleza desdeñada! Estas esculturas naturales no aparecen en ningún fuero, no tienen historia. Ambos lugares un día fueron bosque generoso que no nos pidió peaje creyendo que respetaríamos su orden de llegada a este planeta.

Los árboles no hablan nuestro lenguaje inhumano, pero son habitantes con derechos en esta comunidad. Y ayer me pareció que esta ciudad de gratos recuerdos está aquejada de autismo y de déficit de atención natural.

Crear un vínculo con la naturaleza urbana, una visión que no considere un árbol de ciudad como un objeto decorativo municipal. Éste debería ser un deseo para aquellos que eligen la ciudad como lugar de residencia.

Dar el buenos días a la naturaleza no debería consistir solamente en gestos como dar una abrazo a un árbol como instantánea matutina del Facebook, sino en actitudes de preocupación y de activismo en relación con nuestra naturaleza más cercana. Yo pondría una multa a la autoridad incompetente por estacionamiento insensible, antiecologista, por rehabilitaciones innecesarias, por ignorantes, por autómatas. Y como soy algo infantil, por idiotas y malas personas.