No sé euskera, y eso es algo que a veces me duele en el interior de mi ser, porque lo aprendí de niño y lo perdí enseguida, porque mi padre se expresaba mejor en euskera que en castellano, porque mis orígenes me deberían haber encauzado a ser vasco parlante o euskaldún. Pero no fue así, no se hablaba euskera en el pueblo donde fui a vivir a los tres años, no había una educación en euskera, mi padre y mi madre fueron víctimas de la prohibición siendo marginados por hablarlo, lo que hizo que la transmisión de padres a hijos del euskera fuese para ellos un recuerdo doloroso y temeroso..., y así fue imposible mantener el idioma de mis antecesores.

He hecho muchos intentos por aprender el euskera y todos fallidos, me cuesta, lo admito, como me cuestan todos los idiomas..., pero es algo que no cejaré hasta el final, aunque no lo termine de aprender. Ahora estoy en un nuevo intento más, tengo buenas sensaciones aunque la memoria me traiciona de vez en cuando, será la edad. Sé que soy el eslabón roto de la cadena de transmisión del idioma vasco, y aunque mi sentimiento de pena por no saberlo es fuerte, desde que tuve descendencia supe que ambos serían los que, puenteándome a mí, soldarían la cadena que en mí se rompió. Y así ha sido, mi hijo y mi hija estudiaron en el modelo D sin ningún problema. Oír hablar en euskera me relaja, me da cierta paz interior, es como una música clásica o un buen rock and roll inglés que, aún sin entender las letras, te emociona su melodía.

A lo largo de los años he sentido sensaciones muy divergentes en torno al euskera, ha sido curioso y a la vez complejo. Ha habido gente que por el mero hecho de tener apellidos vascos y proceder de un pueblo euskaldún ya te aceptaban; otra gente, en cambio, te llamaba despectivamente belarrimotza por no hablarlo; otra gente distinta a ésta, si defendías el euskera, te llamaban “proetarra”, tratándote también de forma peyorativa; otra gente simplemente desconfiaba de ti. Ha sido muy cansina esa politización en torno al euskera, de un lado y de otro, te situaban en tierra de nadie, en un páramo social donde estabas mal visto por algunos de los que lo hablaban y por algunos de los que lo odiaban.

Tanto unos como otros no han podido con mi amor al euskera, ni mi más profundo respeto al idioma y admiración a los que lo hablan. Este sentimiento tampoco ha marcado mi ideario ideológico, soy lo que soy, un librepensador que ama dos idiomas. El castellano, con el que me expreso, pienso, escribo y hablo, y el euskera, que fluye en mi interior e intuyo que tiene una influencia en mi estructura de pensamiento. Amo el euskera aunque no lo hable.

Dos idiomas pueden convivir en la más absoluta armonía, porque cada cual buscará su idioma de comunicación y expresión para cada situación. El euskera se merece esa tranquilidad que se le ha negado, es hora de convivir, de apoyarlo, de fomentarlo, no de seguir prohibiéndolo, ni negando su realidad, ni limitando su aprendizaje y uso.

Euskeraren bizitza luzea izan dadin! ¡Larga vida al euskera!