Un joven de 18 años fue detenido en Indiana (EEUU) por amenazar a su universidad con la publicación de un vídeo en el que se mostraba disparando a estudiantes por los pasillos. El vídeo resultó ser un juego de realidad virtual, pero la policía lo interpretó como una proyección mental de su intención de cometer una matanza real. ¿Podemos imaginar una sociedad en la que la gente sea arrestada sólo por pensar en cometer un delito? La neurociencia, la inteligencia artificial y el aprendizaje automatizado permiten ya a los científicos penetrar en el cerebro humano a través de las descargas eléctricas que generan nuestras neuronas, así que pronto se podrán leer los pensamientos. Hoy esta tecnología se aplica en el ámbito de la salud para que las personas con algún tipo de parálisis puedan comunicarse sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Un ejemplo de ello es el sistema iBrain, utilizado por el ya fallecido Stephen Hawking. Pero China ha llegado mucho más lejos: los conductores del tren de alta velocidad del trayecto Beijing-Shanghái llevan un dispositivo EEG (electroencefalografía) para monitorizar su actividad cerebral mientras conducen; y, en algunas fábricas controladas por el gobierno, se exige a los empleados utilizar estos sensores para observar su productividad y estado emocional, e incluso se les puede despedir si sus cerebros muestran algún signo de desconcentración o estrés. La humanidad se dirige hacia un mundo de transparencia mental en el que los cerebros, al igual que los ordenadores, podrán ser hackeados para extraer su información. La libertad de pensamiento, una de las conquistas democráticas de las revoluciones del siglo XIX, se siente ahora amenazada por esta práctica que atenta no sólo a la libertad de las personas sino también al derecho a la intimidad de nuestra propia mente. Se hace necesario incluir en la Declaración Universal de los Derechos Humanos un nuevo derecho que proteja nuestros pensamientos.