el lenguaje nos ayuda a capturar el mundo, y cuanto menos lenguaje tengamos, menos mundo capturamos. O más deficientemente. Una mayor capacidad expresiva supone una mayor capacidad de comprensión de las cosas. Si se empobrece la lengua se empobrece el pensamiento (F. Lázaro Carreter).

Andan la educación y la enseñanza alborotadas y, como siempre, perplejas ante los cambios legislativos. Normal. Cuando tanta gente cree y pregona que la educación de las nuevas generaciones debería permanecer ajena a los avatares políticos, defiendo que la política educativa es sustancial para la mejora y avance de toda sociedad humana.

Sabemos que la especie humana es la primera y única en el Planeta Tierra que se ha encarado con la naturaleza. Hasta la aparición de los homínidos, no hubo especie alguna que se atreviera. Es tal nuestra osadía que seguimos gastando mucho dinero en explorar el espacio tratando de encontrar otras vidas inteligentes; supongo que para echarles la culpa de lo que sucede en el sistema solar. Así somos y esto tiene poca pinta de cambiar.

No seré yo, biólogo, quien se oponga a los avances científicos, pero como persona me cuesta aceptar lo que el Primer Mundo está haciendo con el resto. Cierto es que la carrera espacial todavía encandila a los humanos que se aferran a la idea de que fuera de la Tierra está la salvación. Lo crean o no, en nuestra vida diaria seguimos construyendo, será por añoranza, la Torre de Babel. Fue la carrera espacial de aquella época. Se lee en el Génesis que hubo un tiempo en que los humanos comenzaron a construir una gran torre para llegar al cielo. Ante tal osadía, para evitar que se entendieran los obreros en su trabajo, el ser que todo lo puede alteró el lenguaje de todos ellos al punto de no comprenderse. Fracasó la magna obra. Esta leyenda anonada a mis nietos que, como buenos alumnos, en cumplimiento de las leyes vigentes, estudian en castellano pero también aprenden euskera e inglés. “Es el futuro”, repite sumisa la masa borreguil.

En vísperas de importantes citas con las urnas, los partidos se lanzan a la oferta de cambios trascendentes. Parece ser que la Lomce ya no vale aunque el PSOE no ha querido derogarla. La iba a cambiar radicalmente, pero a los nueve meses se cae del Gobierno al que subió renqueando. Más cerca, en la calle Santo Domingo de Pamplona, la cúpula gestora del Departamento de Educación del Gobierno de Navarra ofrece una rueda de prensa para recordar a los votantes que estaban completamente a favor de cambiar la Lomce. No está en su mano.

¿Y ahora qué? Sin problemas. Las clases siguen. Todo en su sitio. A leer los programas de los partidos y a elegir. Unos proponen reforzar los autogobiernos de las CCAA y con ello sus lenguas propias. Otros recentralizar la educación y volver a aquel: “Pujol, enano, habla castellano”, tan ofensivo para los que se autodenominan buenos catalanes. Me consta que la ciudadanía en general está por defender el respeto a todo el mundo, frenando a quienes quieren imponer. ¿Qué significa imposición? En castellano: “acción y efecto de poner a la fuerza”. En mi opinión, el actual Gobierno de Navarra no está imponiendo el euskera. El acuerdo programático que posibilitó la investidura de Uxue Barcos con el apoyo de cuatro coaliciones de partidos, unos 11 en total, no lo contemplaba. Admito que se ha intensificado al máximo posible la aplicación de la LFV de 1986 y que hay quienes sueñan con los votos suficientes para declarar cooficial el euskera en toda Navarra. Y si ocurre eso, ¿qué pasará? Pienso que se impondrá la cordura y la mesura. El Gobierno se comprometerá a enseñar euskera a todas las personas que lo deseen. A los escolares navarros, se les facilitará su aprendizaje para que de ese modo no se sientan negativamente discriminados respecto a quienes ya lo saben. Y después pasará como con las matemáticas, la tecnología, las ciencias, la música? lenguajes diferentes, todos ellos, que unos aprenden y manejan muy bien y otros desprecian no apropiándose de ellos.

Sí, ya sé que quizás ofrezco una interpretación benévola e ilusa de la realidad. Es un lujo que me puedo permitir en mi condición de abuelo. ¡Qué sería la vida sin pequeños lujos! Pues a esforzarse y a estudiara ¡A ver si nos entendemos!

El autor es profesor jubilado