El problema de acoso entre adolescentes no es exclusivo de nuestros días. Claro está que se manifiesta más ahora, pero ya existía antes y empezó a extenderse con más crudeza en las aulas, cuando la enseñanza media se hizo obligatoria.

En cualquier caso, su presencia en el medio rural siempre ha sido menor que en el urbano puesto que en la ciudad existen más riesgos de inadaptación social para esa edad.

Ahora bien, su aumento actual, agravado por la influencia cada vez más compleja de la comunicación virtual, que tanto seduce a los alumnos, está causando en los educadores, sean padres o profesores, una gran inquietud a la hora de enfrentarse a esta dura realidad social.

Concretamente, el asedio a un escolar cualquiera por parte del acosador comienza a desarrollarse por medio de molestias, ofensas, engaños y otras malas artes hasta conseguir dominarlo a su capricho y dejarlo, como a un rehén, en continuo estado de miedo, tras ser objeto de amenazas y bromas no deseadas a través de WhatsApp, Facebook, Twitter o Instagram, en espacios donde caben todo tipo de consideraciones por las que se difunden ataques de palabras e imágenes contra tal estudiante, por el solo hecho de haber sido condenado a ello por el líder alfa de la clase.

Considero, pues, que nunca hasta ahora los profesores han tenido que afrontar casos de conducta escolar tan conflictivos por maltrato a alumnos llamados débiles para los cuales no se vislumbra, todavía, una solución final, ya que la enseñanza siempre ha sido un pálido reflejo de la sociedad, en vez de ser un reflector que haga llegar toda su influencia a nuestra vida social diaria.